Una Colorada (vale más que cien descoloridas) | Vivir de otra forma
“Lo innegable es que todo cambia, aun la forma de vivir, como ha estado ocurriendo en los tres últimos años”.
Lilia Cisneros Luján*
De cuando en cuando, las formas de vivir cambian, se supone que hace miles de años los cuerpos desnudos de los humanos se cubrían con pieles de animales para el frío o con otros aditamentos naturales -hojas tal vez- para evitar picaduras, mordidas o rayos del sol.
Igual los alimentos eran simples, en ocasiones crudos y fueron cambiando hasta llegar a las sofisticaciones que hoy nos ofrecen los gourmets.
Y qué decir del techo o forma de guarecerse; los muy afortunados vivían en cuevas y podemos pensar en variables como improvisados cobijos verdes, armados con ramas, bambúes y hojas de diversas calidades.
Eso va cambiando en la medida que los seres humanos empiezan a organizarse en grupos, donde algunos dan ideas a fin de hacer de las piedras instrumentos más idóneos para la cacería y aun la preparación de nutrientes.
A medida que la convivencia se hace complicada, se inician las formas de hacer menos conflictiva y tal vez más efectiva la relación con el otro y las piedras de cacería se convierten en punta de lanza y por cierto la desnudez tiene que protegerse con otro tipo de cubiertas más elaboradas.
Como resultado de la creatividad la vestimenta se convierte en algo característico de grupos y épocas -invierno o verano- y todo en general va mutando a veces de manera drástica si hay un evento que lo justifique.
¿Qué hizo cambiar los largos vestidos previos a la revolución industrial para llegar a la famosísima minifalda? ¿Cómo pasamos a los bikinis después de que a las mujeres hasta se les podía encarcelar si su traje de baño no era lo bastante tapador?
Todavía existimos personas que fuimos testigo de los pantalones acampanados, los vestidos hippies, la ropa tipo kimono, ponchos sudamericanos, túnicas de todo tipo, cinturones anchos, shorts y algunas otras cosas que hoy se usan rebautizados como “retro”.
¿Está consciente cómo en aquella época, generaciones completas estuvieron contra el matrimonio, se definieron ateos, lucharon contra todo tipo de autoridad -padres gobiernos, líderes espirituales- y por supuesto justificaron sus reacciones de inmadurez como el enojo en contra de aquellos que les resultaban inalcanzables?
Lo innegable es que todo cambia, aun la forma de vivir como ha estado ocurriendo en los tres últimos años. Primero la globalización nos regaló la posibilidad de viajar con mayores facilidades –pasamos de los botes a los aviones- conocer otras geografías –no solo por haber estado sino por fotografías o películas- adquirir cosas que antes eran inaccesibles o se convertían en actos delictivos por parte de agentes aduanales y eso de pronto también ha cambiado.
La inseguridad y los virus nos han encerrado en casa sin más posibilidad de contacto con el exterior que los medios de comunicación.
De la radio pasamos a la televisión, y ahora el Internet nos facilita el visitar museos, escuchar conciertos y hasta testificar guerras en el otro extremo de nuestra vida cotidiana.
¿Qué les espera a nuestros nietos? ¿Tiene sentido para ellos cualquier tipo de memoria que intentemos trasmitirles? ¿De verdad países ajenos al propio son mejores que el que nos vio nacer, nos dio educación y tiene en edificios y recuerdos parte de la historia propia?
Escuché con interés, a universitarios que trataban de definir lo que era mejor: prevenir la destrucción o restaurar.
La posibilidad de entender la historia mediante la búsqueda y restauración de lo destruido, ha dado lugar a diversas corrientes incluso universitarias que a varios siglos de distancia nos pueden decir que imaginan de la vida de los griegos, los romanos o los mayas.
¿Hay quién se atreve a negarle a usted, hoy en el siglo XXI, saber más de sus raíces solo porque alguien tiene un raro sentido de la modernidad y la trascendencia y ello incluye el destruir? ¿Cuánto ha desaparecido en aras de una calle, una presa o la construcción de miles de viviendas “de interés social”? ¿Sabe que hay ciudades en el mundo que están destruyendo sus segundos pisos y buscando otra forma de darles techo a los más pobres sin atentar contra su historia?
Se supone que después de la organización de la ONU ya no habría más destrucción por las guerras ¿De verdad esto ha ocurrido en los últimos 70 años?
En mis años de mayor actividad sostuve que la tercera guerra mundial sería en los medios, con acciones a la distancia y sin la oposición personal de grupos importantes.
Vimos ya muchas destrucciones en oriente, donde unos cuantos se beneficiaron con la cultura de los países atacados. ¿Quién tiene esculturas y muchas otras riquezas de países vencidos en la zona de Irak? ¿Tiene idea a donde quedaron los tesoros de Irán, Afganistán, Libia, Líbano, Palestina y todos los sustraídos de “conflictos” en el Congo, Yemen, Túnez, Chiapas o Paraguay?
Lamento mucho no haberme equivocado, los negocios de armas, aun las obsoletas, se mantienen por la propaganda de cada uno de los participantes en las confrontaciones y la humanidad simplemente reacciona como ha sido condicionada: encerrada, amedrentada y tratando de defenderse de acciones agresivas que provienen incluso de sus propios gobiernos a los que no pueden pagarle impuestos por no tener ingresos y tampoco están en posibilidades de defensa porque las puertas de sus burocracias, están cerradas o en manos de gente poco capacitada.
Sí, nuestra forma de vida está cambiando. Entre los que más experiencia hemos acumulado, los grupos se dividen, hay temerosos y los que aún tenemos una chispa de energía para seguir luchando en pro de lo valioso que disfrutamos y que no debemos impedir heredar a nuestros descendientes.
*Maestra en Educación Familiar
**Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.