Reflexionando el Evangelio | Trabajadores por la paz
XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“El deseo de paz de ustedes se cumplirá”
Lucas 10,1-12.17-20
Diferentes formas de violencia –unas más publicitadas que otras– siguen ocupando espacios en los hogares, calles, centros de diversión, templos, medios...
En las visitas que hago a las parroquias, he tenido la oportunidad de escuchar a personas que han vivido en carne propia lo más inhumano de la violencia: secuestros, desapariciones, asesinatos, extorsiones…
La maldad en su crudeza, por un lado; el coraje, el miedo, la impotencia, la incertidumbre, por otro. Es indignante constatar cómo se negocia con el sufrimiento humano.
¿Cuándo terminará esto?, me preguntó una víctima. De momento me quedé mudo, sin saber qué responder, impotente al ver correr lágrimas de sufrimiento.
Escuché con atención las diversas experiencias vividas, todas al límite de las fuerzas.
“Si no hubiera rezado a Dios y a la Virgen no hubiera resistido”, dijo otra víctima. Una señora vestida de luto balbuceó dos palabras que me hicieron sentir que sí es posible que la violencia asesina termine pronto. Perdón y paz, dijo la señora, con lágrimas de esperanza.
Hoy, Jesús nos sorprende al decirnos que tiene necesidad de colaboradores y gestores para la construcción de su Reino.
En el marco del viaje a Jerusalén –la escuela itinerante de discípulos misioneros de todos los tiempos– elige y envía a 72 colaboradores.
Les da instrucciones para que hagan con urgencia y propiedad su servicio de perdón y de paz.
La tarea ha de ser cumplida de forma austera, urgente y sanadora. El enviado debe estar convencido de que el éxito de la misión no está en las fuerzas humanas, sino en la oración perseverante y en la entrega confiada de todos.
Las instrucciones comprometen a los enviados (misioneros) a construir la paz en cualquier circunstancia. Llama la atención que el anuncio/fruto de la paz debe comenzar por la casa, no en templos, ni palacios.
Jesús apuesta por el espacio doméstico como lugar cotidiano para la construcción de la auténtica paz.
La razón es muy clara: la casa/hogar/familia es el espacio donde se forma y se acompaña a las personas en las convicciones/valores fundamentales para construir la paz.
El discípulo no tiene derecho a reaccionar de manera violenta, ni siquiera ante la negativa de recibir la paz. Queda descartada hasta la mínima violencia.
Las instrucciones son contundentemente claras y actuales; aplican para todos y dondequiera. No hay espacio para ideologías que desfiguren y condenen familias por ser “tradicionales”.
Seremos eficientes constructores de paz si formamos y promovemos un #Somos72ymás; si pasamos de ser espectadores quejumbrosos a gestores/constructores de la paz en el espacio doméstico y en los espacios públicos donde interactuamos.
El interés por el Reino de Dios –que es justicia, perdón y paz– debe ser común, no de unos cuantos; quien es y se dice creyente cristiano debe implicarse.
No se trata de hacer ruido de vez en cuando, sino de crear una comunidad corresponsable para incrementar el progreso del Reino de perdón y paz, como dijo la señora.
Con el afecto de discípulo misionero, bendigo sus proyectos de paz en tiempo de vacaciones.
Sigifredo Noriega Barceló
Obispo de/en Zacatecas