Radar económico y financiero | Se incrementa la pobreza laboral; el destino nos alcanzó
“El incremento al salario mínimo no ha sido suficiente para mantener el poder adquisitivo de los trabajadores por efectos de la fuerte inflación. Decía el clásico; cuando los salarios suben por las escaleras los precios suben por el elevador.”
Raúl Rodríguez Márquez*
El poder adquisitivo, poder de compra o capacidad de compra es la cantidad de bienes o servicios que pueden obtenerse con una cantidad de dinero fijo según sea el Nivel de precios. Los individuos, las empresas o los países emplean sus recursos para satisfacer las necesidades que tienen.
Los incrementos al salario mínimo han permitido que México escale posiciones en América Latina en este rubro, sin embargo el poder adquisitivo sigue siendo limitado para la gran mayoría de los mexicanos.
El incremento al salario mínimo general ha sido histórico: entre el 2018 y el 2023 pasará de 88.36 pesos por día a 207 pesos. Sin lugar a duda que lo anterior es una buena noticia porque revirtió un proceso sistémico de desgaste en su capacidad de compra: entre 1975 y el 2018 el salario mínimo perdió el 75 por ciento de su valor en términos reales.
No obstante, parece que el aumento en el salario mínimo no ha sido suficiente para combatir la conocida como pobreza laboral: de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) hasta el tercer trimestre del 2022 el 40.1% de la población ocupada tiene un ingreso inferior al requerido para comprar una canasta alimentaria básica.
Se ha incrementado la pobreza laboral en los ámbitos urbanos y rural, y ha bajado el ingreso laboral per-cápita.
Transcurridos 15 trimestres de la actual administración, la pobreza laboral se encuentra en los niveles del 2018.
¿Cómo puede ser posible a pesar del incremento en el salario mínimo?
La respuesta radica en que la precarización del mercado laboral va más allá del salario mínimo, en realidad representa es estado actual del mercado laboral: llega hasta la informalidad, la baja productividad y la caída en el número de mexicanos que ganan más de 500 pesos al día. Todo ello queda fuera del alcance de la estrategia de incremento a los salarios mínimos.
En México hay 18.3 millones de personas o 31.9% de la población ocupada que gana un salario mínimo.
Estamos frente a una consecuencia también histórica. Durante 30 años se utilizó al conocido como “minisalario” como mecanismo para contener el avance de la inflación: se perdió de vista que su objetivo fundador era crear una red de protección para la población y garantizarle un ingreso capaz de cubrir sus necesidades básicas. Dicha distorsión también se trasladó a los salarios promedio de la economía.
Puede argumentarse que durante los años ochenta del siglo XX era prioritario combatir el incremento en la inflación y que ello implicó el uso de medidas de emergencia. Sin embargo, lo que también es cierto es que la reducción del valor real del salario mínimo implicó un elevado costo social y causó una distorsión estructural sobre el mercado laboral. Aunque también complicaba la situación económica con las consecuencias del efecto faro.
Lo anterior ocurrió porque el control del salario se convirtió en una medida estructural: ante la baja productividad de la economía, el salario mínimo fue utilizado para elevar la competitividad de los procesos económicos. Con ello el país redujo el costo laboral, pero dejo de lado la agenda de productividad e innovación tecnológica que se estaba gestando en el mundo, elementos clave en la economía actual.
Así, entre 1988 y el 2018 el incremento del salario mínimo y de las remuneraciones promedio estuvo alineado al control de la inflación: se dejó de lado el fundamento productivo que también debió formar parte de su determinación.
Como consecuencia de lo último se incubó otro desequilibrio: la informalidad. Después de 40 años de bajo crecimiento y crisis recurrentes el mercado laboral es mayoritariamente informal: se creó un círculo vicioso de incentivos negativos para la población porque la informalidad se convirtió en la válvula de escape y en una trampa de pobreza. Migrar a Estados Unidos era la alternativa.
La informalidad representa un gran desafío porque ahí es en donde se paga el salario mínimo y las bajas remuneraciones: son procesos de bajo valor agregado y de nula productividad laboral.
En consecuencia, México deberá atender la agenda laboral desde una nueva perspectiva: una vez que el salario mínimo recuperó su poder adquisitivo es momento de atender los aspectos estructurales que han precarizado su mercado laboral, de otra forma seguirá presente el aumento de la pobreza laboral.
Un ejemplo que bien ilustra este caso, y se hizo viral recientemente, es la pérdida del poder adquisitivo medida a través del indicador “gansito”.
Ojalá y en un futuro próximo podamos remontar este indicador negativo de pobreza laboral.
*Analista político y financiero