La Familia | Verdades incómodas

La Familia | Verdades incómodas

“La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”

Susana Sánchez*

Es importante recordar que el lugar donde somos realmente nosotros es la familia, es el espacio donde crecemos, mejoramos, nos desarrollamos y sacamos nuestra verdadera personalidad y donde nos nutrimos de los que más nos quieren.

La mayoría de nosotros tenemos el hábito de pensar que si las cosas no salen como nosotros queremos entonces somos víctimas de las circunstancias, mártires de la vida o culpamos a las personas que no satisfacen nuestra voluntad.

En este contexto, debemos reconocer que en algunas ocasiones debemos decir a los nuestros verdades incomodas que quisiéramos no decir, buscando siempre el bien de las personas a quienes se las diremos y con ciertas condiciones para lograr el objetivo deseado.

Decir la verdad no significa ser desconsiderado, rudo o insensible, se tiene que saber decir bien, sin sentirnos poseedores de la misma, para que no se convierta en un sinónimo de ofender, sino con la sincera intención de lograr la mejora o evitar un error posterior.

La forma en que decimos las cosas importa y mucho, el decir verdades a los demás no significa en absoluto que debamos herir o crear un resentimiento en el otro, si nuestra honestidad es tan brutal que lastima, entonces no lo hacemos por buscar que la otra persona mejore sino por sentirnos superiores. No somos empáticos, somos crueles y eso no abona en nada a un ambiente familiar sano.

La verdad es un valor positivo y deseable, todos deberíamos tener acceso a ella y en principio no debería costarnos trabajo decirla, escucharla o defenderla, en lugar de querer aparentar para vivir bajo el pacto implícito de que las relaciones humanas son más amables si les mentimos o no nos metemos en problemas al manifestar lo que es.

Todos debemos ser capaces de decir y escuchar verdades que no nos gusten sin que esto nos lleve a grandes conflictos, sin que se convierta en algo desagradable o hiriente. Siendo honestos, sinceros y humildes, escuchando los motivos y sobre todo con mucho amor.

Para empezar, debemos examinar cuales son nuestras intenciones al momento de decir la verdad, si nos mueve un afán constructivo y le damos un enfoque amable para poder comunicarnos, con frases que aporten y no que afrenten y destacando sus virtudes a fin de que el mensaje no sea tan agresivo.

También hay que desarrollar el sentido de escucha, las conversaciones sinceras son de doble vía y es válido que la otra persona no sienta que le estamos diciendo la verdad, para esto hay que abrir la mente y el corazón a fin de conocer el punto de vista del otro y sacar conclusiones provechosas para todos.

Hay que procurar no pensar por las demás personas, primero para no adivinar la reacción de la otra persona al acercarnos a decirle una verdad y después para no suponer que nosotros tenemos muy claro lo que hay en el interior del otro, es decir, sin juzgar.

Además, hay que ser claros y directos, una verdad incómoda suele sonar terrible, puede parecer que la decimos con ira o con palabras fuertes o por el contrario con sutilezas y eufemismos para suavizarla. En ambos casos hay un falseamiento del propósito que es justamente decir la verdad. Más bien hay que decirla de manera serena y clara, con mucho respeto y con las palabras adecuadas para que el mensaje sea comprensible.

Por último, debemos darle un propósito a esta verdad incómoda y preguntarnos, ¿qué queremos lograr al decir la verdad? Si la respuesta es superar conflictos, evitar un peligro, buscar una mejora genuina o elevar la calidad del vínculo entonces podemos decirla con tranquilidad.

Cuando la situación lo amerite y lo que está en juego es la integridad física, moral o emocional de un miembro de la familia, es importantísimo ubicarnos y ubicar a los demás a fin de evitarles un daño posterior solo por callar algo incómodo que cause disgusto o distanciamiento.

 


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