La familia | Tus palabras, ¿edifican o destruyen?
“En la lengua hay poder de vida y muerte”
Susana Sánchez*
En la familia, y en general con todos, es sorprendente darnos cuenta de que lo que decimos, cómo lo decimos y en qué momento lo decimos resulta determinante para que las relaciones interpersonales sean satisfactorias, medianamente manejables o se inclinen al resquebrajamiento.
Necesitamos tomar conciencia de la enorme carga que representan las palabras en el núcleo familiar, un momento de ofuscación o de alegría explosiva dan paso a emociones no controladas ni canalizadas, de manera que podemos fácilmente entrar en conflicto solo por no medir cuidadosamente lo que decimos.
Edificar o destruir, esa es la clave del asunto, a la hora de hablar podemos comprobar el poder motivador o desmotivador que encierran las palabras, éstas alcanzan grandes resultados en el fortalecimiento de nuestro interactuar con quienes nos rodean, cuando logramos desechar las manifestaciones de crítica y rechazo e infundimos ánimo, estimulando e impactando positivamente en la forma como nos expresamos, logramos construir puentes de comunicación irrompibles.
En muchas ocasiones, palabras que afectan favorablemente a nuestros interlocutores vienen acompañadas de procesos de cambio y crecimiento personal y espiritual. Animar implica lograr la empatía necesaria para procurar identificar como se encuentra el otro y poder escoger los términos adecuados cuando iniciamos una conversación.
Evaluando cuidadosamente como nos expresamos ayuda a saber decir las cosas, ligando el proceso de dialogar con un tono de voz apropiado, evidenciando con nuestros gestos los que queremos decir, utilizando los vocablos y adjetivos indicados para cada ocasión, en fin, dándole a la comunicación el papel preponderante que tiene al interior del hogar y con los que queremos.
Por el contrario, cuando demostramos agresividad en lo que decimos, nuestras palabras construyen barreras de comunicación a veces enormes, que no podemos superar y podemos destruir o dañar la sensibilidad del otro, lastimando su autoestima, su personalidad o deteriorando los puentes que con tanto esmero hemos construido durante años enteros.
Ante la agresividad, debemos guardar serenidad para tratar de controlar y manejar las situaciones conflictivas, no elevando el tono de voz, expresándonos en un lenguaje conciliador y no capitalizando los errores de los demás. Hay quienes aprovechan cualquier debilidad del otro para sacar el As bajo la manga y poner sobre la mesa los fracasos pasados, los errores, las frustraciones y el rencor añejado. ¡Esto no debe pasar en ninguna familia! Actuar así revela lo que hay en cada corazón y hace evidente que no hay un amor desinteresado ni una actitud de perdón. Es imperativo que desechemos el enojo, el rencor, la amargura, el resentimiento y el deseo de venganza.
Nadie en la familia es infalible, todos fallamos y producto de esos errores podemos causar heridas a los seres que queremos con lo que decimos: provocar profundas lastimaduras difíciles de sanar es muy probable cuando no medimos el alcance de nuestras palabras.
Nuestras palabras deben expresar y manifestar – independientemente del merecimiento - siempre cariño, comprensión, palabras de ánimo que estimulen, que edifiquen a los demás, que construyan puentes propicios para conversar y cimentar amor y aprecio, caridad y perdón, mejora y respeto.
*Maestra en Educación Familiar
**Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.