La familia | La convivencia familiar
“No se quiere lo que no se conoce”
Susana Sánchez*
Un componente esencial en la formación de individuos sanos emocional y socialmente es la convivencia familiar. Esta se refiere al conjunto de experiencias compartidas en el hogar y en la cotidianeidad. Su importancia radica en la capacidad de todos para generar un entorno seguro y lleno de afecto que promueva el bienestar de todos y cree lazos emocionales en los miembros de la familia.
Cuando existe una convivencia familiar saludable, frecuente y llena de cariño, se generan múltiples beneficios tanto a nivel individual como colectivo. Para empezar, se fomenta el desarrollo de habilidades sociales para la vida como lo son la empatía, la tolerancia, la paciencia y la generosidad. Además, junto con las tradiciones familiares se fortalece el sentido de pertenencia y se eleva la autoestima ya que cada uno de los miembros de la familia se siente valorado, apoyado y con la sensación de identificación, aceptación, identidad y conexión por formar parte de una familia que lo quiere y que busca estar con él.
Emocionalmente, la convivencia familiar promueve un ambiente de seguridad y confianza, lo cual facilita la expresión de sentimientos y pensamientos sin temor al juicio o a la crítica. Este espacio de comunicación abierta que genera la convivencia es fundamental para el desarrollo de la personalidad, para tener armonía y equilibrio interior y para aprender los valores de socialización.
Las experiencias compartidas, la comunicación frecuente y las ganas de ver a tu familia crean recuerdos significativos que refuerzan los lazos afectivos y fomentan el sentirnos parte de un grupo que nos quiere y se preocupa por nosotros.
Por otro lado, la falta de convivencia en el hogar genera consecuencias negativas que afectan directamente en el desarrollo psicológico y afectivo de todos los que la padecen. La ausencia de interacción familiar nos puede llevar a sentimientos de aislamiento, soledad, baja auto estima, inseguridad y estrés al no sentir el respaldo y apoyo necesarios. También pueden aparecer problemas de conducta, estrés, problemas de comunicación interpersonal y dificultades para establecer relaciones saludables fuera del núcleo familiar.
Un grave problema que genera la carencia de convivencia familiar es la desconexión emocional. La frase “no se quiere lo que no se conoce” se actualiza porque si no dedicamos tiempo a convivir es imposible desarrollar un verdadero sentido de cariño y respeto mutuo porque los lazos familiares no se forman de manera automática solamente por llevar la misma sangre, sino que requieren de un trabajo arduo por convivir y una interacción constante de comunicación y comprensión.
Cuando no se fomenta la convivencia, es difícil crear un vínculo emocional genuino. Esto puede llevar a la indiferencia y al desapego, ya que no se valora aquello con lo que no se ha establecido una conexión emocional. Por ejemplo, los padres que no dedican tiempo a conocer a sus hijos pueden sentirse distantes de ellos en la adolescencia y adultez, lo cual afecta la dinámica familiar a largo plazo.
Debemos recordar que, si queremos una familia sana emocionalmente, feliz y unida, tenemos que ser nosotros los que demos el primer paso siempre por fomentar una convivencia llena de experiencias, tradiciones, conversaciones y tiempo de calidad. Esto redundará en mejores personas, mejores familias y sociedades.