Hablemos de seguridad… y algo más | La línea delgada entre la correcta actuación y el abuso de poder
“El abuso de poder por parte de la policía no es un fenómeno reciente”
Diego Varela de León*
Los actos de violencia policial ocurridos la semana pasada contra un joven repartidor de plataforma, hijo del periodista Luis Chávez González, han vuelto a poner sobre la mesa un problema que, aunque persistente, muchas veces no se denuncia por miedo a represalias o por la desconfianza en las autoridades. Estos hechos, que reprobamos de manera contundente, evidencian una problemática arraigada en la cultura policial y social del país.
El abuso de poder por parte de la policía no es un fenómeno reciente. Históricamente, en México han existido prácticas abusivas en las fuerzas del orden. Un ejemplo emblemático es la extinta Dirección Federal de Seguridad Pública y personajes como Arturo Durazo Moreno, quien, sin carrera castrense ni preparación adecuada, se proclamó general de división. Durante su gestión, se registraron escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito y hechos violentos como la masacre en el río Tula.
Más recientemente, hemos visto casos como el abuso policial en San Salvador Atenco, en el Estado de México, y muchos otros que han quedado impunes. La brutalidad policial sigue siendo un problema latente.
Abuso policial: una definición académica
Según los académicos Arturo Alvarado y Carlos Silva, el abuso policial es un término amplio que abarca distintas formas de mal comportamiento, como:
Uso excesivo o brutal de la fuerza en arrestos.
Detenciones arbitrarias y prácticas discriminatorias.
Extorsión, corrupción e impunidad.
Intimidación verbal, física o gestual que afecta psicológicamente a la población.
El abuso policial persiste en regímenes autoritarios y también en democracias, donde la transición política no ha garantizado el respeto absoluto a los derechos ciudadanos. La cultura policial arraigada en prácticas autoritarias refuerza la idea de que el control y la aplicación de la ley se basan en la coacción y no en el respeto a los derechos humanos.
La falta de supervisión y la desconfianza ciudadana
Uno de los mayores problemas es la dificultad de supervisar las conductas policiales. La falta de instancias de participación ciudadana efectivas y la debilidad de los mecanismos de monitoreo interno y externo agravan la situación. Los consejos ciudadanos y los consejos de honor, que deberían supervisar y controlar el actuar policial, a menudo no cumplen con su función.
La desconfianza en las instituciones también impide que las víctimas denuncien los abusos. Aunque existen canales institucionales para recibir quejas, la percepción generalizada es que estas denuncias no serán atendidas o, peor aún, que podrían derivar en represalias.
El papel de los buenos elementos
No todo en el cuerpo policial es negativo. Existen elementos comprometidos con el servicio público, que se profesionalizan en derechos humanos, manejo de emociones, atención a víctimas y proximidad social. Estos agentes contribuyen a que la policía sea vista como un ente de protección y no de miedo.
Para que la relación entre la policía y la ciudadanía mejore, es necesario fortalecer los mecanismos de supervisión, fomentar la capacitación de los elementos en temas de derechos humanos y generar confianza en las instituciones encargadas de la seguridad. Solo así podremos cerrar la brecha entre la correcta actuación policial y el abuso de poder.