La Familia | Discutir para acordar
“Una buena conversación debe agotar el tema, no a sus interlocutores”
Susana Sánchez*
En la familia surgen inevitablemente conflictos derivados de la intensa convivencia que existe, los cuales no nos deben asustar ni desanimar a la hora de buscar la mejora familiar, por el contrario, hay que detectar el origen de estos a fin de buscarles soluciones que a todos nos dejen conformes.
La discusión deriva de un diálogo, todas las personas tenemos la necesidad de dialogar con otras personas, algunas veces sobre temas inocuos que no presentan confrontación alguna, pero en otros casos, podemos tratar temas que requieren de un análisis más profundo y que resultan en una discusión.
En estos casos donde no solo escuchamos y compartimos información, sino que nos enfrentamos a lo que la otra persona dice, tendremos que convencer de lo que decimos o defenderemos algún punto de vista o tal vez escuchemos los puntos de vista del otro para que nos convenza de su dicho y es cuando puede surgir la discusión.
Cuando la comunicación y el diálogo se vuelven difíciles en la familia, requerimos herramientas específicas que nos ayuden a llevar esa discusión a un punto de acuerdo y esto es un arte que se aprende, no nos han enseñado a dialogar, a discutir y a acordar, lo cual nos trae malestar, sentimientos o incluso pleitos y alejamiento.
La RAE nos dice que la discusión es “examinar atenta y particularmente una materia”, no implica pleito, violencia, enfrentamiento sino razonamiento. Implica que dos personas revisemos con atención un asunto y lleguemos a una conclusión a través del diálogo. La discusión se conforma de dos partes, escucha y diálogo.
Entonces, cuando el diálogo entre dos o más personas consiste en el análisis de un tema o problema con el fin de obtener una conclusión, que puede ser la aceptación de la verdad de un juicio o el llegar a un acuerdo sobre algo, tenemos una discusión.
La discusión no reside simplemente en tener a dos personas diciéndose cosas una a la otra a ver quién se cansa primero, la intención de dialogar y discutir es tocar temas importantes dentro del núcleo familiar que tengan por objetivo resolver un problema, mejorar alguna situación, aprender a ser mejores y, en general a acordar para avanzar en la vida familiar.
Y es que a veces nos da miedo tocar temas sensibles o que sabemos que necesariamente traerán incomodidad y conflicto pero que si no se hablan van creciendo hasta lastimar o crear un verdadero problema cada vez más difícil de resolver.
Hay que normalizar el hablar de temas incómodos a fin de poder escuchar y aprender de los puntos de vista de los demás, de poder intercambiar información, saber lo que sienten y piensan los demás e incluso aceptar que no siempre tenemos la razón.
La intención de discutir no debe ser nunca molestar, generar violencia y terminar peleando de modo que los ánimos se exaltan, lo cual sucede cuando no desarrollamos la capacidad de discutir y confundimos el discutir con reñir, agredir, ofender, reprender, lastimar o imponer.
Saber discutir no es fácil, requiere mucha práctica, interés genuino, ambientes adecuados, disposición de anteponer la solución a mi forma de pensar, mucha generosidad, inteligencia y sobre todo mucho amor, aunque en la familia ese siempre es mucho así que ánimo y a discutir para acordar.