A q u e l a r r e | La influencia de las “buenas” amistades
Aquel que guarda silencio y, peor aún, te acompaña, te incita y alienta, te da ideas y no evita que hagas cosas que no debieras hacer, NO ES UNA BUENA AMISTAD.
Tanya Ortiz*
Siempre se ha dicho que la fortaleza de las personas está en su familia. Aquella que Dios y la vida nos dieron: mamá, papá, hermanos, abuelos, tíos, primos… depende de la unidad en la que vivamos, solemos tener más cercanía con unos o con otros.
Pero está la otra familia: la que la vida nos pone enfrente y elegimos: la pareja y las amistades.
Unos y otros también son la fortaleza para todo lo que emprendemos. Hay quienes encuentran más apoyo en la familia natural, pero también hay quienes la encuentran en la familia escogida y ambas situaciones son válidas. Es decir, la naturaleza no siempre tiene por qué dictarnos conductas lógicas basadas en la relación familiar o los lazos sanguíneos y tampoco se apuesta todo por una amistad.
Ninguna de las dos son regla y tanto en amistades como en familia de sangre encontramos supuestos contrarios.
Pero, ¿qué pasa cuando tienes amistades, a las que has elegido como familia, y que más que brindarte un apoyo, consuelo e impulso a tu esfuerzo, se convierten en un riesgo o peligro?
Dichos para referir a esas “buenas” amistades hay muchos, pero dos de los más conocidos resultan el ejemplo más claro de lo que puede significar una amistad: “El que con lobos anda, a aullar se enseña”; “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Solemos decir que los amigos son la influencia para muchas cosas que hacemos porque son quienes nos alientan a empezar alguna actividad o continuar con un proyecto inconcluso. A experimentar en tal o cual deporte… son nuestros testigos y cómplices; nuestros carnales y cuidadores; son los psicólogos y consejeros.
En una verdadera amistad encontramos un tesoro invaluable… siempre y cuando sea realmente una “buena” amistad.
Tiro por viaje, en reuniones escuchamos anécdotas de situaciones que han vivido, muchos desde la infancia, que han marcado sus vidas y afianzado esos lazos de amor y cariño, hasta la edad adulta, en la que las anécdotas han dejado de ser vivencias basadas por inexperiencia para convertirse en historias de vida, como el nacimiento de los hijos, los éxitos académicos, viajes, inicio de empresas… un sinfín de situaciones que solemos compartir con los buenos amigos.
Pero también hay aquellos que nos marcan y no precisamente por ser fieles escuderos o el hombro en el que lloramos incontables ocasiones. Son los que nos han insistido a hacer cosas que no nos hacen bien, que tendrá malas consecuencias, que nos harán daño – físico, emocional o patrimonial- o incluso son ilegales.
Y lo peor de todo es que muchas veces los identificamos, sabemos que no está bien y aun así lo hacemos, fomentando relaciones tóxicas que no nos llevan a nada bueno y sí, a mucho malo.
Por mucho que nos duela, cuando una amistad te reprocha tus malas decisiones, le dice a algún maestro o familiar que estás haciendo cosas que no son buenas para ti y para terceros, que empieza a retirarse porque considera que no eres buena influencia, que te acusa pues, puedes considerar que es BUENA AMISTAD y realmente es valiosa porque está pensando en ti, te está cuidando y tratando de evitarte un daño.
Aquel que guarda silencio y, peor aún, te acompaña, te incita y alienta, te da ideas y no evita que hagas cosas que no debieras hacer, NO ES UNA BUENA AMISTAD.
Valoremos a quienes nos rodean, sus actitudes, sus conductas, sus palabras y quedémonos con quienes, pase lo que pase, mantienen la mano estirada para ayudarte, levantarte, limpiarte una lágrima o darte un fuerte apretón. Esas son las amistades que valen la pena ser llamadas familia…