Soliloquio | Pensar desde afuera
“Evitemos que la arrogancia domine nuestra opinión sobre el ‘rancho’, porque recuerden, ‘podemos salir de Zacatecas, pero Zacatecas nunca saldrá de nosotros”
Christian M. Barraza Loera*
Todos hemos conocido zacatecanos que viven fuera del terruño y nos habrá tocado escuchar que dicen: “voy pa’ mi rancho” o “voy pal pueblo”, cuando vienen/ venimos de visita.
El término evidentemente se dice desde el cariño cuando hemos comparado el tamaño de nuestra ciudad con otras urbes; aunque también hay quienes usan el término “rancho” de manera despectiva y con aires de arrogancia, después de haber tenido la oportunidad de vivir en alguna ciudad con más desarrollo.
Son fácil de identificar porque dicen frases como: “cuando vivía en tan lugar…”, “en ‘x’ sitio encontraba todo lo que buscaba”, “aquí abren todo super tarde y cierran super temprano”, “¡esque aquí no hay nada que hacer!”, etc. Personas que después de vivir lejos volvieron y mantienen ese aire arrogante que no les permite aterrizar.
Aunque no es este el objetivo del soliloquio, me permitiré el uso de varias analogías para enunciar lo que aprendemos cuando nos vamos de Zacatecas.
Hace algunos años, cuando estudiaba la carrera, lleno de ilusiones e ideologías políticas, decíamos que la mejor manera de medirnos intelectualmente era en los congresos nacionales, cuando escuchábamos a otros jóvenes estudiantes de historia presentar alguna ponencia.
Con el tiempo, uno cambia ciertas ideologías y prioridades, te empiezas a conformar con tener lo necesario para salir la quincena, mientras la competencia intelectual parece más un sueño lejano y utópico propio de investigadores consolidados.
Pequeño paréntesis. Hace unas semanas se reactivó el grupo de whats app donde está la mayoría de quienes conformamos el poderosísimo grupo C de la Secundaria Federal 1, generación 96-99. El tema es que este año cumplimos 40 años y empezamos con la lluvia de memes y frases motivadoras. Una de esas frases decía: “Los de 20 sintiéndose viejos y tristes; nosotros los de 40 valiéndonos todo y haciendo tonterías”; agregué: desde los 20 ando haciendo tonterías y no sé cómo fue que llegué hasta los 40.
Esto para decir que, cuando era estudiante de licenciatura nunca pensé que llegaría a ser parte de los que continuarían haciendo, estudiando, discutiendo y pensando la Historia como elemento académico y de investigación desde otras geografías, pues suponía que para ser investigador debía ser algo complicadísimo, y la verdad es que sí, sin darme cuenta me involucré en este complejo y cerrado mundo en el que sobrevives con dosis bohemias, discusiones profundas y críticas de personajes que como actrices del cine de oro, se creen Divas.
Volviendo al tema, y aun cuando he criticado la falta de oportunidades para quedarnos, no puedo negar lo enriquecedor que puede ser salir de “la patria chica”. Cómo pensamos, vivimos y actuamos cuando habitamos el “pueblo” y cómo lo hacemos cuando nos vamos.
Vivir la ciudad desde Zacatecas tiene sus muchas ventajas: aire “puro y fresco” -o al menos con mucha menos contaminación que en ciudades más desarrolladas- aunque la minería nos de las dosis suficientes de metales pesados en el aire; las distancias son relativamente cortas, podemos cruzar la zona metropolitana en 20 minutos; tenemos pueblos mágicos a 40 minutos y nos ofrecen gastronomía y bebidas espirituosas; tenemos la Feria de San Marcos a poco más de una hora de distancia.
Acostumbrados a ver como la Universidad continúa con las riñas sindicales que disfrazan el verdadero fondo económico para uso político, mientras los intelectuales y “figuras públicas” mantienen las discusiones en círculos cerrados acompañados de café turco a la vista del pueblo que camina y los ve sobre los grandes ventanales, como si se trataran de otra obra de arte abstracta que hay que admirar sin entenderla. Vivir en Zacatecas es fácil si sabemos esquivar golpes políticos, balas reales y chismes de vecindad (que son los que pululan).
Sin embargo ¿qué y cómo es vivir fuera de esta tierra donde sus dinámicas se entienden tan bien?
Inevitablemente hay un shock al tratar de ubicarse en una nueva zona geográfica y urbana; pues cambia el entorno, la estructura y las dinámicas; el clima y animales endémicos evidencian los cambios, pasando de ahuyentar perros y gatos a tener preparado el insecticida que mate cualquier alimaña.
En una ciudad con casi 5 millones de habitantes, se reconoce la conectividad del transporte público, que, aunque eficiente, siempre está saturado. Estar en una ciudad como Guadalajara, que supongo lo mismo debe pasar para quienes se van a Monterrey o Ciudad de México, te obliga a cambiar el chip, la lentitud con la que nos movemos se convierte en un turbo, pues llegar de un punto a otro equivale a hacer cardio, resistencia, ejercicio mental de resiliencia y tolerancia más la elección de una buena playlist que inhiba los ruidos propios de la urbe.
Evidentemente, amable lector, usted dirá -incluso yo lo diría-, que parezco ranchero deslumbrado en una ciudad más grande; bueno sepa que ya pasé por este trauma varias veces, cuando salí a estudiar el doctorado y debí hacer varias estancias de investigación. Aún así, no es lo mismo salir a inicios de los 30’s que al inicio de los 40’s.
Así como he debido cambiarme el chip para moverme en una nueva ciudad, también he debido hacerlo para pensar la ciudad y mis objetos de estudio, lo que se ha convertido en un nuevo reto. Estamos tan acostumbrados en las dinámicas locales que los objetos de estudio se cierran a lo micro, analizándolos desde su realidad más próxima sin pensar que corresponden, queramos o no a movimientos más grandes. Aún me sigo paralizando en algunas discusiones académicas, pues de alguna manera uno sabe como torear las críticas en su tierra, pero en otros entornos hay que empezar por escuchar y aprender de nuevo.
Hay cambios que nos cuestan más que otros, y el cambio de ciudad definitivamente involucra mucho más que trasladarte con tu maleta y una caja de huevos. Aún así, nos obliga a salir de nuestra burbuja, hacer las cosas aun cuando el miedo sea paralizante y a formularnos nuevas preguntas sobre nuestro entorno; aprendemos a ver y discutir el “pueblo” desde otra dimensión, otros escenarios y con nuevas lecturas.
Por último, para quienes somos intermitentes, o, como dirían en algún grupo liberal: un cometa, quienes se van y vuelven. Evitemos que la arrogancia domine nuestra opinión sobre el “rancho”, porque recuerden, “PODEMOS SALIR DE ZACATECAS, PERO ZACATECAS NUNCA SALDRÁ DE NOSOTROS”.
*Historiador, docente, investigador de minorías religiosas, a veces podcaster y liberal: multitask
Correo electrónico: crisbalo1984@gmail.com
Facebook: Christian Chichimeca Barraza