Soliloquio | Labor vincit Omnia, ¿qué’s eso?

Soliloquio | Labor vincit Omnia, ¿qué’s eso?

“Labor vincit Omnia” ha sido la frase más vendida y rentable entre políticos, como si se tratara del conjuro mágico que, al pronunciarlo, nos hacen creer que, por trabajar, trabajar y trabajar, lograremos transformar nuestra espacio público y privado”


Christian M. Barraza Loera*


Hace un par de años, en una tarde bohemia de otoño y en compañía de un gran amigo que hace tiempo no veo derivado de su alto grado de bohemicidad; nos encontrábamos en una apasionada y acalorada plática filosofal, de esas que pocas veces se tienen o, de esas que con pocas personas se logran tener. 

Discutíamos largo y tendido sobre lo que ya he dicho en esta columna, es decir: la poca, escasa, diminuta, microscópica, faltante y casi inexistente oferta laboral del estado. Confirmábamos lo que todo zacatecano sabe, “Zacatecas solo tiene tres principales fuentes de empleo: gobierno, universidad y minería”, y, aunque el soliloquio no versa en esta ocasión sobre estos espacios, sí le alcanza a salpicar un poco.

Mientras la perorata que se desarrollaba un poco ralentizada, pensábamos en lo afortunados que éramos entre los desafortunados. Aunque nuestras aspiraciones laborales iban más allá de trabajar en escuelas privadas, no podíamos decir que estuviéramos mal mal, pues nos alcanzaba al menos para salir al cine, beber un día del fin de semana y suponer que pese a estar inmersos en una vida laboral, teníamos “vida social”. 

En la reflexión nos fuimos dando cuenta de esa “fortuna”. En mi caso: 4 materias en una universidad privada que se traducían en 16 horas clase; 4 materias diferentes en otra universidad que igualmente se traducían en 16 horas clase y, 3 horas más en el semiescolarizado, es decir: 35 horas clases a la semana con 9 materias distintas. Para quienes son docentes saben que preparar y dar tan sólo una materia, es extenuante, entonces imaginen esa cantidad; bueno mi amigo estaba por las mismas. 

En nuestro discurso autocompasivo y con afán de convencernos de que estábamos mejor que en otros lados, asegurábamos que al menos nuestro trabajo era un poco de escritorio, un poco de investigación y un poco de torear alumnos junto a administrativos; pues la elección de ser “investigadores” y becados por tía Cony nos había librado de alguna manera, de caer en espacios que requirieran de fuerza y exigencia física (mis respetos para quienes tienen un desgaste físico mayor, ganan el mínimo y peor aún, tampoco tienen prestaciones); supusimos en aquel momento que éramos “wevones”, pues nuestra percepción de trabajo seguía relacionando con la fuerza física, demeritando nuestra labor y cualquier ejercicio intelectual que invierte en lo que coloquialmente llamamos “horas nalga” y “quema de pestañas”, ignoramos por un momento el desgaste anímico y emocional al que estábamos sometidos. 

Para esas mismas fechas de saturación laboral, coincidió mi participación en un congreso donde, como buen anfitrión, me llevé a un grupo de investigadores a la cantina famosa que tiene número impar de letras. Mientras comentábamos los temas vistos, una investigadora empezó a preguntar sobre lo que hacíamos, nuestras labores, etc. Ahí, escuché a varios de mi generación plantear situaciones muy similares, coincidimos en la autoexigencia y sobre explotación a la que nos enfrentamos para tener un sueldo raquítico, que nos permita tener un fin de semana social acompañado de momentos relajantes. 

Muchos, muchas o muches pensarán que a mayor trabajo mayor ingreso, pero extrañamente no es tan así. Sin embargo, ahí estamos como el burro que persigue la zanahoria en un carrusel, repitiéndonos esta frase que aprendimos desde niños, que la vimos plasmada en un escudo y que presumimos con emoción por haber sido otorgado en un periodo y un imperio ya inexistente; pero, que nos encanta presumir como si algo de aquella riqueza y abolengo aún fuera parte de nuestro presente. “Labor vincit Omnia” ha sido la frase más vendida y rentable entre políticos, como si se tratara del conjuro mágico que, al pronunciarlo, nos hacen creer que, por trabajar, trabajar y trabajar, lograremos transformar nuestra espacio público y privado, y bueno, desde los 80’s que ando pisando esta tierra y que he escuchado la frase, no he visto una generación de empleo y sueldos dignos, aunque irónicamente si he visto la sobre explotación del subsuelo de los que nos quedamos, porque, como ya lo dije, también hay una producción de zacatecanos que como objeto de alta calidad se exporta a otros estados y países, donde son mejor apreciados y como es de esperarse, son presumidos por alguno que otro político, así como el gandalla de la clase que se cuelga de las exposiciones grupales en las que nunca participó. 

Había dicho que dejaría de quejarme este año, pero justo en la semana me topé con el escudo de armas y llegó a mi cabeza toda esta reflexión, que como pólvora de bracho me hizo ruido y mi primer cuestionamiento fue: ¿neta los zacatecanos pensamos que el trabajo todo lo vence? Y si así fuera ¿no tendríamos uno de los Estado más seguros, con más fuentes de empleo, mayor inversión y turismo extranjero? Digo, aquí nomás pensando que Zacatecas podría ser como una portada de revista Atalaya. 

En fin, aunque haya zacatecanos que ven en el trabajo la dignificación, habrá otros que se aprovechen de quienes sí laboran, cuartando el desarrollo de cualquier persona y entidad. No lo digo yo, lo dice la ciencia, la Universidad de Estudios Científicos y los miles de zacatecanos que han preferido irse para vencer los obstáculos que su propia tierra le ha puesto, demostrando que el trabajo seguro y bien pagado, todo lo vence. 

¡He dicho, caso cerrado!


*Historiador, docente, investigador de minorías religiosas, a veces podcaster y liberal: multitask 

Correo electrónico: crisbalo1984@gmail.com

Facebook: Christian Chichimeca Barraza


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