Soliloquio | La labor docente: reivindicando a Tronchatoro (chismecito)

Soliloquio | La labor docente: reivindicando a Tronchatoro (chismecito)

“Sócrates opinaba que había dos tipos de sabios, los que lo eran, y los que pensaban que lo eran, así, quienes pensaban que lo eran, no buscaban aprender nada nuevo puesto que suponían que ya lo sabían”

Christian M. Barraza Loera*

Para quienes nos gusta la labor docente encontramos que día a día, semana a semana, generación tras generación, nos vamos enfrentando a un entorno más complejo, un sube y baja de emociones, a veces insatisfechos y frustrados, otras veces felices porque algún alumno o alumna dan muestra del aprovechamiento en clase, una luz en el camino.

Regularmente, cuando pensamos en la docencia nos viene a la mente, o al menos a mí, la maestra Miel y Tronchatoro, dos caras de la moneda. Un tipo de maestra amable, paciente, dedicada, amante de los detalles; por otro lado, está la que ubicaríamos como amargada, llena de hastío y fastidiada por tener que lidiar con algo a lo que aparentemente no estaba preparada. Amamos a una y satanizamos a otra, y sin miedo a equivocarme, todos hemos coincidido con alguna de estas dos visiones.

Pero ¿qué puede llevar a que un maestro sea el “Tronchatoro”? Asumimos que cada docente debe tener per se la capacidad para controlar a un grupo, dominar a todos y cada uno de sus alumnos en nivel académico que sea, como si se tratara de un super poder al estilo de X-Men.

Pues bien, hagamos un ejercicio de conciencia y recordemos cómo éramos o eran nuestros compañeros en los diferentes niveles a que tuvimos acceso. Recuerdo que en la primera había un par de compañeritos estilo “Daniel el travieso”, suficiente para que los maestros demostraran su hartazgo y felicidad al final del curso; en la secundaría al estilo “Mentes peligrosas”, que para los noventas no eran nada a lo que se vive hoy en día, fue suficiente para ver como uno de los maestros a los que apodábamos “Chente”, sufriera de manera evidente al acercarse a nuestro grupo; de la prepa no opinaré porque la viví como el meme de John Travolta, no sabía qué estaba haciendo ahí.

En la licenciatura, pese a los detalles políticos y uno que otro maestro que, así como yo en la prepa, no sabíamos que estaba haciendo ahí, puedo decir que en mi generación aprendimos a ser responsables desde el primer día, ocuparnos de lo que nos correspondía y responsabilizarnos de nuestros actos, opiniones y decisiones; aprendimos incluso de la manipulación que otros docentes pueden hacer sobre los alumnos por intereses políticos; pero, también vivimos la actitud de otros grupos hacia los maestros, quienes, al estilo de las alumnas en la película “La Sonrisa de Mona Lisa”, tenían actitud arrogante y soberbia, o como diría una de mis queridas maestras de aquel entonces: “eran becerros sagrados”, seres que se creen intocables e incuestionables intelectualmente, quienes por leer un libro creen que ningún maestro les puede enseñar algo nuevo.

En el mundo de la filosofía, Sócrates opinaba que había dos tipos de sabios, los que lo eran, y los que pensaban que lo eran, así, quienes pensaban que lo eran, no buscaban aprender nada nuevo puesto que suponían que ya lo sabían; pues bien, esa clase de alumnos solía y suele encontrarse hoy en día en algunas carreras universitarias.

Les cuento todo este soliloquio porque justo a un mes de que terminemos un curso, me encuentro en la posición de todos los maestros “Tronchatoro” que vi en mi camino académico. Igualmente, encontré en la columna de hace ocho días, donde Iván Jiménez hablaba del “Burnout”, que hay una sobresaturación que a veces parece un muro invisible que impide avanzar.

No hace mucho platicaba con una amiga que también es maestra y quien también suele ser hiper positiva e irradiante de energía, tanta que también puede cansar; hablábamos de la vocación docente y me explicaba que ante alumnos difíciles yo debía dar el 110% de ingenio para atrapar su atención, sentí que hablaba con Vikki Carr cuando le dice a Ana Gabriel: “intenta todo”; claramente en su visión del mundo no importa el cansancio, el desánimo y hartazgo que uno pueda sentir.

Después de esa conversación, me cuestioné si en verdad estaba siendo mal maestro, si mi vocación no era esa o si estaba perdiendo el tiempo. Pensé incluso que una clase de karma me había alcanzado por todos esos maestros “Tronchatoro”; pero es que vivimos tan casados con la idea de ser la maestra Miel que nos parece inaudito, imposible, incluso ofensivo que nos comparemos con esa clase de docentes, pero pensemos que los alumnos no siempre son los ideales, los que no se quedan con la ley del mínimo esfuerzo, no son los que cuentan con actitud participativa y con deseos de aprender; al contrario, parece que cada vez llegan más arrogantes, sintiendo que le hacen un favor al docente con su presencia, creyéndose Greta Thunberg ante la ONU o un Einstein a punto de enseñarnos la teoría de la relatividad.

La frustración no es ante los alumnos que saben, se agradece cuando es así, la frustración es ante los que creen que saben, que hablan mucho, pero en verdad dicen poco, ante los que exigen un diez cuando se rigen por la ley del mínimo esfuerzo.

Parecerá que este es el buzón de quejas, pero la intención es más profunda, pedir disculpa a todos mis maestros “Tronchatoro” y para que los lectores que tienen hijos, cuando los escuchen hablar de un maestro como los que aquí he expuesto, se pregunten primero si ese/esa docente está tratando con insufribles “becerros sagrados”; de pasada, también cuestiónense si el/la docente que le está dedicando tiempo a la educación de sus hijos, cuenta con un salario digno y prestaciones de ley, por que créanme, yo que he trabajado en públicas y privadas, sigo sin conocer lo que son vacaciones pagadas o aguinaldo. Obviamente, espero que después de este monólogo no se me haga saber de una liquidación sin liquidación.


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