Soliloquio | El éxodo ¿Por qué nos vamos los zacatecanos?

Soliloquio | El éxodo ¿Por qué nos vamos los zacatecanos?

“Nos hemos convertido en una población barroca que sólo utiliza discursos rimbombantes, rebuscados y reborujados que finalmente no tienen ningún sentido”

Christian M. Barraza Loera*

Advertencia: saque su pañuelo y seque esas lágrimas de tristeza, enojo o felicidad.

Sabrá usted amable lector que, en este cielo cruel y tierra colorada vive una población endogámica que nada pide al buen chiste sobre los regios. Las relaciones sociales, laborales y afectivas aún dependen en gran medida de: a quien conoces, de dónde le conoces o, si las familias se conocen.

Estamos atrapados en el colonialismo que tanto presumimos del centro histórico; nos hemos convertido en una población barroca que sólo utiliza discursos rimbombantes, rebuscados y reborujados que finalmente no tienen ningún sentido. Nos conformamos con promesas de un mejor futuro y una modernidad que parece utópica o efímera, porque de haberla alcanzado no me di cuenta. ¡Avisen!

En esta sociedad decimonónica del siglo XXI, hay quienes creen pertenecer a una clase social por trabajar en gobierno o la universidad que, dicho sea de paso, una clase que en cualquier otra ciudad con desarrollo industrial más allá de la minería, no superaría la media. Sin embargo, no todos los zacatecanos piensan, presumen, esperan o ansían un hueso que terminen debiendo para toda la vida, o en palabras de Facundo Cabral: “alguien por una manzana pa’ siempre quedó endeudado”.

Hace unos años (más de una década), en el hervor de la juventud, lleno de aspiraciones, de ideologías mal fundamentadas y lealtades de cristal, decidí echarme a la bolsa un pesado alacrán que me obligó momentáneamente irme de la ciudad. La obligación no fue directa, claro está, pero yo y mi gran boca me cerraron un par de puertas; quedé fuera de esas congregaciones, de los gremios que sólo apoyan a sus allegados. Mientras hacía mi estancia de tres años fuera de Zacatecas, recordé que en la licenciatura solía ser yo quien se reía de un compañero y amigo que llegaba los viernes con su maleta esperando se terminara la última clase para irse a su pueblo; sepan que me tragué mis palabras cuando un viernes me vi corriendo con mi maleta a la central para alcanzar un camión que me trajera de regreso a esta Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas. Sí, también soy barroco.

Aquella experiencia me enseñó dos cosas: el impacto que tiene hablar de alguien con posición de poder, cuando uno es, diría la canción: un simple terrenal; y, reconocer el valor que tienen varios hombres y mujeres de dejar su hogar para salir a estudiar o buscar un mejor empleo. De aquí, parte el objetivo de este soliloquio.

Recientemente he hablado con varios amigos y colegas -en distintos momentos y espacios-, el tema central sigue siendo el mismo: ¡la situación ta’ canija! ¡todo muy caro! ¡todo muy mal pagado! ¡Zacatecas está muy fregado! (pónganles a estas expresiones palabras guapachosas y utilizables en un contexto sin censura)

Me gustaría decir que estos comentarios son aislados, pero es común escucharlos en diferentes espacios que no involucran reuniones de desahogo acompañadas de cualquier sustancia dionisiaca que nos permita ignorar una semana, un mes o un año estresante. Ignoro ciertamente como sea la situación económica y laboral en otros estados, pero en Zacatecas desde hace varios sexenios, y pese a que cada uno prometa mayores inversiones, me ha tocado despedir a varios de mis mejores amigos en la central de autobuses, aeropuerto o en las recurrentes fiestas que se hacen antes de que partan a otra ciudad o país a buscar mejor suerte. Créanme, la lista parecería interminable.

Poco a poco, he visto, sentido y padecido el éxodo de zacatecanos que, por cierto, parece no terminar. Me gustaría decir que es parte del ser zacatecanos, migrar en busca de trabajo como lo hacían los mineros siglos atrás; por ejemplo, cuando escaseaba la producción minera se iban en busca de vetas más productivas, o bien, el descubrimiento de un nuevo yacimiento argentífero provocaba la peregrinación de mineros hacia un nuevo sitio. Así ha pasado históricamente con los zacatecanos: si no era la mina (que seguimos creyendo es la única industria viable), era el campo (otra industria mal atendida) lo que ocasionaba la migración.

Hace un par de años visité a uno de mis mejores amigos a Ciudad de México, en la plática que versaba sobre este mismo tema me decía: “Zacatecas es una ciudad que amo y sería el mejor sitio para vivir, siempre y cuando me ofreciera lo que necesito para ello”; ahora ustedes se preguntarán ¿y qué es lo que le hace falta a esta hermosa tierra para retener a su gente? La respuesta la sabemos, hace años lo único que pedía este amigo y muchos otros que se han ido era ¡EMPLEO BIEN PAGADO!

En aquellos entonces me parecía exagerado pensar que alguien se fuera de Zacatecas sólo por no tener un empleo bien pagado, en mi cabeza no había congruencia pues todos vivían en casa de sus papás, aparentemente no les hacía falta nada, el único problema era tener la ambición de querer más. Cosa que descubrí cuando me fui de Zacatecas y como dice la canción A ciegas de Miguel Poveda: “luz que cortó en mil pedazos, como un navajazo la venda de mi frente”. Mientras estuve fuera me percaté de este sistema anquilosado, gremial y corporativista, repensé si era oportuno volver o seguir buscando suerte, pero esta fría ciudad tiene una energía o entes invisibles que te atraen y repelen.

El problema principal era para aquel entonces el trabajo, ahora todos sabemos de otros asuntillos que mejor no mencionar. Aquel amigo que ahora no sólo se fue de la ciudad sino del país, sigue pensando igual que antes: si esta serranía de clima cruel tuviera empleos bien pagados, no habría otros amigos, hermanos, primos, tíos, sobrinos, etc., que se fueran. No habría tantas mentes brillantes lejos de sus familias, esperando a que se lleguen vacaciones de invierno para reencontrarse con los suyos, aunque sea por unos días.

El tema no es nuevo y tampoco pasara de moda. Quizá nuestra opacidad, poca reflexión y zona de confort nos ha impedido ver que el tiempo se detuvo en esta ciudad decimonónica del siglo XXI, en “pueblo quieto” como diría otro de los amigos que emigró; por otro lado, el darse cuenta del problema nos invita u obliga a voltear hacia afuera, nos provoca buscar opciones que vayan más allá de las que he expuesto.

Quizá alguno de mis tres lectores con hueso, basificados y prestaciones de ley diga como el meme: ¡que se largue! Una expresión que alguna vez pensé sobre otro de mis amigos que se la pasaba quejando de la ciudad, pero ahora entiendo que no es una queja sobre la Zacatecas en sí, no es una queja sobre su centro, sus calles, sus cerros, su cantera rosa, su arquitectura, sus museos, su cultura, su gastronomía o su clima, sino sobre aquello que no ha podido detenerlos para que no se vayan, la queja es sobre ese ente invisible que no ha podido satisfacer las necesidades básicas de personas que en verdad ambicionan más que un puesto en gobierno o la universidad (sin generalizar), un ente inexistente que satisfaga la posibilidad de obtener más de lo que un hueso puedo dar.

Parecerá contradictorios ante todo este soliloquio, pero en verdad que orgullo siento al ver tanto zacatecano brillando fuera de esta su tierra, conquistando otras ciudades y otros países, logrando tanto. Se requiere de un gran coraje y valentía dejar las comodidades del hogar para perseguir sueños, aunque también es frustrante y triste ver que los sueños no se puedan construir en tu propia tierra.

Para todos ellos, espero sigan construyendo la vida que tanto me hubiera gustado compartir con ustedes, donde sea que estén. Estoy muy orgulloso de todos y todas ustedes.

*Historiador, docente, investigador de minorías religiosas, a veces podcaster y liberal: multitask

Correo electrónico: crisbalo1984@gmail.com

Facebook: Christian Chichimeca Barraza


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