Pasión por el deporte | Virtudes del deporte
“La diferencia entre lo imposible y lo posible depende de la voluntad de un hombre” Tommy Lasorda
José Ortega*
Desde los antiguos filósofos griegos hasta el barón de Coubertin, se ha escrito que la práctica deportiva, cuando se realiza holísticamente con asiduidad y disciplina, forja el carácter.
En múltiples tesis y programas de investigación se ha demostrado como a través de la actividad deportiva los niños y los adolescentes aprenden determinados valores, adquieren buenos hábitos, es decir, virtudes, con lo cual parece evidente que esta actividad contribuye a la formación holística y moral de la persona.
Estamos hablando, pues, de una actividad que permite descubrir valores, que activa virtudes, hábitos perfectivos que mejoran globalmente al ser humano. De ahí la intención que debe merecer el deporte en los programas formativos.
El vínculo entre actividad deportiva y virtudes morales merece una reflexión. El deporte enseña, estimula capacidades mentales y emocionales, desarrolla la inteligencia, la memoria, la imaginación y la voluntad, pero, además, activa buenos hábitos, los cuales, en la medida en que se repiten, forjan el carácter y hacen mejores personas.
Estamos hablando de virtudes, de cómo el deporte, correctamente ejecutado, es una valiosa herramienta holística para mejorar al ser humano, para hacerlo más virtuoso.
La virtud no es un don natural como lo es la inteligencia, porque se puede perder; es un mérito que se adquiere con el tiempo. El deportista no nace virtuoso; se hace virtuoso a lo largo del tiempo. La virtud es un hábito y, por lo tanto, se adquiere como un oficio o una profesión, por repetición.
La virtud se adquiere a través de la acción, es nadando que se aprende a nadar; es corriendo que se aprende a correr; es haciendo acciones justas que se puede ser justo. Como todo habito, la virtud no solo es lo que se sabe hacer; también es lo que se ama hacer. Lo que atestigua la autenticidad de la virtud es el placer que se tiene cuando se práctica.
Esta idea de la virtud como punto equidistante entre el exceso y el déficit tiene mucha relevancia en la vida deportiva. El buen deportista trata de evitar siempre los extremos y busca ese justo medio porque sabe que eso es beneficioso para su ser y también para su equipo.
Si se extralimita en un ejercicio, puede lesionarse y si cae, eso tendrá consecuencias para su equipo. El deportista virtuoso solo arriesga cuando es necesario y las circunstancias lo exigen.
El deporte tiene esta dimensión holística, artesanal y creativa que permite el ejercicio de la libertad responsable del deportista. Esto lo obliga a deliberar, a tener que hacer elecciones sobre la marcha sin poder detenerse. Muchas veces tiene que tomarlas en pocas fracciones de segundo, en plena competencia, sin poder ponderar suficientemente lo más acertado, pero sus acciones tienen consecuencias no solo para él, sino también para su equipo y, a veces, a largo plazo.
A través de la práctica deportiva se adquieren un sinfín de buenos hábitos o de virtudes que esculpen el carácter de los deportistas. “el deporte -dice el papa Francisco- es un camino educativo”.