Reflexionando el evangelio | Creo en la vida futura

Reflexionando el evangelio | Creo en la vida futura

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”.

Lucas 20, 27-38

La reciente conmemoración de todos los Fieles Difuntos nos sigue haciendo reflexionar. Aunque las flores se hayan marchitado y las veladoras apagado, queda un “algo” de nostalgia, recuerdos y… preguntas. ¿Por qué tenemos que morir? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Qué relación con quienes murieron? ¿Sepultar o incinerar? ¿Es mejor visitar los panteones que rezar por ellos en casa? ¿Qué pasa con los muertos a causa de la violencia?

Éstas y otras preguntas rondan en nuestro interior. La respuesta no está tan a la mano. Quizás -en la cultura consumista- hasta se intente sacar de circulación preguntas que puedan estropear los afanes de bienestar que caracteriza a la presente generación. Sin embargo, tarde o temprano, tenemos que volver a plantear la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte.

En el Evangelio que escuchamos hoy el tema discutido es la resurrección de los muertos, según la cosmovisión de los saduceos. Para ellos no es la suerte de las cenizas, ni siquiera el modo y el cuándo de la resurrección, mucho menos la fe en ella. La polémica se centra en la pregunta: “¿de cuál de ellos (siete esposos) será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?” La polémica de los saduceos desvela algo más dramático que su carencia de fe en la resurrección: que la mujer no podría verse libre de la potestad del varón ni en el más allá. “¿De cuál de ellos será?”, desenmascara sus intenciones.

Jesús, evidentemente, responde a la pregunta sobre la resurrección. Su respuesta, aunque apunta a la igual dignidad de la persona, sea varón o mujer, va más allá de los modos históricos del matrimonio. La total plenitud de la relación matrimonial y de toda relación de amor se dará en el mundo futuro. El “serán como ángeles” indica el nuevo modo de relaciones que supone la resurrección: no serán de dominio, sino que se darán en “el modo” divino.

Creer en la resurrección es creer en el “Dios de vivos y no de muertos”. Confesar nuestra fe en la resurrección es creer en su potencia de vida que traspasa los umbrales de la muerte. Es promesa divina y, por tanto, generación permanente de vida, tanto en el más allá como en el más acá.

Más allá de toda polémica acerca de qué pasa con los que mueren; el que cree en la resurrección de los muertos está llamado a generar vida, cuidarla, cultivarla, defenderla. Sin Dios, la muerte sigue siendo enigma y no compromete. Con Dios, la muerte es paso a la Vida Futura y da sentido trascendente al compromiso.

No hay nada más desastroso para el que cree en Cristo que pasarse a las filas de quienes promueven la cultura de la muerte. Calcular el más allá con la lógica del más acá conduce al vacío absurdo. Dichoso quien cree en Jesucristo muerto y resucitado, porque vivirá para siempre.

Mañana inicia la CXIII Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano. Oremos mutuamente.


 


+ Sigifredo

   Obispo de/en Zacatecas


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