Reflexionando El Evangelio | ¿Caminar sobre las aguas?
XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A
“Mándame ir a ti caminando sobre el agua”
Mateo 14,22-33
Después de todo/antes que todo/a pesar de todo… vamos en la misma barca y nos necesitamos. ¿Recuerdan aquel 27 de marzo de 2020? Fue en la Plaza de San Pedro, en aquella estremecedora y provocadora celebración litúrgica presidida por el Papa Francisco… Caímos en la cuenta que no somos dioses, que no lo sabemos todo, ni podemos cambiar el rumbo de la historia con nuestras autosuficiencias… Aquel día escuchamos el texto que hoy proclamamos en la versión de Mateo.
Me encanta la Palabra de este domingo. Tiene un ‘algo’ especial que cautiva. Describe la cruda realidad de la experiencia de la vida de cada día… Tenemos que reconocer que somos simples aprendices cuando se presentan tormentas inesperadas. Tampoco nosotros podemos caminar sobre las aguas. Vamos de sorpresa en sorpresa; al navegar no sabemos qué tempestades vamos a encontrar en el trayecto. Lo decisivo es/será encontrar la presencia y el poder de Dios que lleva el timón, no nosotros. No importa que de momento lo confundamos con un fantasma.
¿Cómo anda nuestra fe en estos tiempos pospandémicos? ¿En qué barca nos hemos subido? Vivimos entre el temor ante la incertidumbre y la fe en Dios. Es posible que conozcamos las verdades del credo, nos confesemos católicos y todavía no tengamos la experiencia del buen Dios. Es posible que no lo reconozcamos en las tramas de cada día, ni le permitamos llevar el timón de nuestra vida.
Elías reconoce a Dios en el aparentemente insignificante susurro de la brisa. Pedro y compañeros de travesía lo reconocen –no sin dificultades- en la oscuridad de la tempestad. Hoy nosotros somos invitados a encontrar a Dios en las complejas, inciertas y desconcertantes realidades, entre el sufrimiento y las fatigas de cada día. Dios está ahí, aunque de momento las dudas nos zarandean y los reclamos nos aturden.
La clave es buscar la cercanía del Señor, aunque todavía no amanezca. Resignarse a la lejanía y al después, no es buena señal. La fe genera confianza y ésta se manifiesta en la osadía que vence al miedo y encausa los deseos y la esperanza. Nos hundiremos cuando nos apoyemos sólo en nuestras fuerzas, razones humanas o caprichos. La fuerza del Señor nos mantiene a flote, no nuestros poderes y saberes. Es cierto, la autoestima es buena con tal de que no degenere en autosuficiencia egoísta y complaciente autorreferencialidad.
Dejemos subir a Cristo todos los días a nuestra barca y confesemos con fe: “Realmente tú eres el Hijo de Dios”. Este es el anuncio que se espera de nuestros labios y de la vida entera. No olvidemos ayudar desde la caridad a otras barcas que, tal vez, se están hundiendo en la desesperación.
Ponemos bajo las alas del Espíritu Santo a estudiantes, maestros, administradores y padres de familia que han iniciado un nuevo ciclo escolar. No sabemos qué tormentas aparecerán en el trayecto. Pero, si Cristo va en el timón, no hay nada que temer.
Con mi afecto y bendición.
Sigifredo Obispo de/en Zacatecas