La familia | Educar en la mortificación

La familia | Educar en la mortificación

“Donde no hay mortificación, no hay virtud”

Josemaría Escrivá de Balaguer


Susana Sánchez*

Ahora que hemos comenzado el tiempo de Cuaresma, escucho muchas opiniones acerca de lo innecesaria que resultan algunas prácticas propias de este tiempo como el ayuno, la abstinencia o la mortificación. Hay quien dice que son obsoletas, que ahora se deben cambiar por otras más necesarias o más modernas, que no tienen razón de ser, que se acostumbraban porque cuando surgieron había escasez de alimentos, etc.

Hay un sinfín de razones por las cuales podemos excluir de nuestra vida las cosas que nos incomodan o que creemos que no nos llevan a ningún lado. Es más, evitamos a como dé lugar las cosas que no nos gustan y creemos que la felicidad consiste en estar siempre bien, en no sufrir, en que nada nos moleste. Vivimos en la era de la inmediatez, del confort y del hedonismo, privilegiamos el placer por sobre todas las cosas.

No obstante, yo quisiera comentar aquí, la importancia que tienen este tipo de prácticas en la educación de los nuestros; hay muchas opciones para educar a nuestros hijos y considero que en todas es absolutamente indispensable incorporar la mortificación.

La primera vez que una amiga muy querida me dijo: “si quieres a tus hijos, mortifícalos”, yo pensé que estaba loca y decidí que no me iba a juntar con ella jamás. Con el paso de los años, descubrí la verdadera intención de esta frase, no se trataba de hacerlos sufrir sin un sentido ni de maltratarlos para que se sientan mal, de ninguna manera. La mortificación crea personas fuertes, recipientes y maduras.

Formar en la templanza, en la sobriedad, en la fortaleza y en la compasión cuesta, y es que crecer también cuesta y cansa, pero si no les decimos que las cosas cuestan entonces cuando corran por su cuenta y no podamos esquivar los golpes de la vida por ellos, les dolerá aún más, no aprenderán a vencer las dificultades ni tendrán experiencia alguna en superar las dificultades.

La mortificación tiene dos vertientes: la pasiva, que es el dolor que llega sin preguntar, sin ninguna intervención por nuestra parte y sin buscarlo. La otra es la activa, la que voluntariamente hacemos por algún motivo en especial, ya sea deportivo, religioso, formativo, etc.

La mortificación activa puede describirse como la negación voluntaria de una apetencia o la afirmación voluntaria de algo que no me apetece. Es un acto libre forjado por una decisión de la voluntad, informada por la inteligencia que contraría las apetencias o gustos del cuerpo en un acto determinado.

La mortificación es una forma de gimnasia que fortalece la voluntad, dice San Pablo que es la “oración del cuerpo”, donde los objetivos que se buscan son diversos, controlar y dirigir el propio cuerpo, conseguir el autodominio o señorío del mismo, crecer espiritualmente y buscar la mejora personal.

En el mundo actual, solemos mortificarnos casi siempre por motivos relacionados con el físico, con el crecimiento personal, con la disciplina y con la convivencia con los demás; no obstante, debemos también cultivar la práctica de la mortificación respecto a nuestro propio crecimiento espiritual, el no darle al cuerpo todo lo que pide porque no somos sólo cuerpo, sino también alma,  y así, conseguir  un involucramiento completo en la íntima unidad de mi persona,  involucrando la voluntad, la inteligencia y la afectividad dándole un sentido de disposición de todo mi ser al servicio de Dios y en relación a los demás, especialmente a mi familia. 

Que la motivación de este año, al hacer alguna mortificación sea el amor a Dios y a las demás personas, mostrando ante todo la alegría de ofrecer todo por un motivo más sobrenatural que sólo la exigencia religiosa, la social o la cultural.


*Maestra en Educación Familiar


*Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.


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