El espectador | El poder para ejercer
“Minoría en el poder”
Alex Bravo*
¿Quién puede afirmar que tiene la posibilidad de conocer una verdad absoluta? Si de pronto llegas a una ciudad y en esa ciudad se rigen bajo sus propias reglas ¿cómo puedes decirles que su verdad no puede aplicar en ti? Porque se supone que una ley, que una constitución, que una soberanía te protege.
Tal vez, intentar responder a estas preguntas, sea una respuesta que solo un grupo selecto, puede decidir, qué es verdad. Y ahora, seguramente responder lo anterior, nos arroja a un nuevo cuestionamiento, porque, entonces, ¿este grupo impone su verdad a la fuerza o con sabiduría?
Se dice que quien gobierna un país, debe poseer sabiduría para hacerlo, quizás por eso, quien aspira a gobernar, en la constitución se les pide como requisito, cumplir una cierta edad, para ser considerado como aspirante. Lo cierto es que, si miramos a los lugares que han sido olvidados a su suerte, es más común ver el uso de la fuerza para imponerse sobre otros.
En Venezuela está pasando, un hombre que tiene el poder sobre todas las instancias, se impone desde los recursos que tiene, para decir, que no es el momento para él, de soltar el poder. Un presidente actual, puede decidir quién sí y quien no, puede gobernar después de él.
Ya sea por un caso u otro, siempre esta minoría en el poder, es capaz de imponer su idea del derecho, o de la verdad, a la mayoría. Por ejemplo, llegas a una ciudad como visitante, y lo haces manejando tu propio automóvil, con placas de tu estado, y con la naturalidad con la que manejas siempre, pero al ir arribando al lugar nuevo, te detienen los de tránsito para comunicarte que has cometido tres infracciones, te explican con detalle y paso a paso, las faltas. Aunque pides que te señalen cómo fue eso, no dejan de repetirte lo que te dijeron en un principio.
Si te niegas a pagar, ellos comienzan a darte un aviso, que parece más una amenaza, porque comienzan a avisarte que, en no ceder, pueden quitarte el carro y subir el costo del cobro de las multas. Cuando te dicen los de tránsito, que no es el estado donde vives y que, en ese lugar, la ley se aplica como se aplica en ese lugar, lo que hacen es decir lo que es verdad para ellos, y están decidiendo cuestiones que definen y afectan a los visitantes en general. Para este caso, la verdad del visitante, es desconocida, cuando la verdad del otro es más importante.
Pero ¿cómo es que se termina aceptando la verdad del otro, sobre la de nosotros? Michel Foucault, propone que es debido a que esa misma gente que decide cual es la verdad, tiene la noción de saber más sobre nosotros, que nosotros mismos.
Continuo con el ejemplo del tránsito. Quien al mirar que no cede el visitante, comienza a decirle sobre los peligros que hay en la ciudad, sobre la delincuencia, sobre lo que uno se expone, cuando no se siguen las reglas del lugar. Entonces, es cuando ese policía, siendo un portador y voz de los que tienen el poder, porque él no lo tiene, pero se emplea como una extensión de quienes sí tienen el poder, usa su voz, para sembrar miedo. Bajo esa verdad, supongamos que quien va en su coche, piensa en que va acompañado y no solo, y que la amenaza con quitarle el coche, y sus identificaciones, prácticamente los exponen a los peligros que se le acaban de dictar, lo que implica continuar con miedo, con incertidumbre mientras se está en la ciudad o al salir de ella.
En un país, como el nuestro, que no es Venezuela, que no es algún país pobre de áfrica o un lugar olvidado, hemos de una u otra forma sido en algún momento, víctimas del poder psicológico, físico o verbal de un otro. Llenos de impotencia y de coraje, comprendemos entonces, el sentido que posee. Y es cuando anhelamos querer tener también el poder para ejercer nuestra propia justicia. Aunque en un país como el nuestro, la justicia, es una falacia.
Hasta la próxima.