El caminante errante | Toño

El caminante errante | Toño

“…Ya por las diez de la noche llegaron docenas de gentes con palos y machetes, gritando puras sobajeses de mi hijo. Yo, pa pronto, salí. Al principio se me querían echar encima pero los detuve pidiendo explicaciones…”

 

Sergio Ríos Sandoval

 

-Fede, ¿cómo te va?, dame unos popotillos que tengo unos pendientes y ya se me anda haciendo tarde.

-Tenga usté, don Toño, y con eso estamos a mano con lo que le quedé a deber la vez pasada.

-Ándale pues, Fede.

-Don Toño, discúlpeme pero ya traía el pendiente de cómo seguía usted.

-¿Cómo seguía de qué?

-Pos con lo de su hijo.

-¿Con lo de mi hijo qué?

-Si no me quiere platicar pos ni modo: nomás le digo que yo andaba algo preocupado por usted y por Catalina, su esposa.

-La mujer anda algo apagada, por aquel cabrón que se dijo ser mi hijo.

-Don Toño, no lo entiendo. ¿por qué habla así de su hijo?

-No te hagas buey, Fede, si mi familia y el apellido Aguilar, fueron burla de todos los del pueblo, gracias a ese, que ni ganas tengo de mentarlo aunque esté ya morido. ¿Crees que no me di cuenta cuanto se burlaron de mí?, ¡Con cuánto ánimo lo esperamos!, ¿te acuerdas? Qué contentas andaban las gentes en el pueblo diciendo:  "el hijo de Toño, ya viene convertido en todo un doctor". Santa Rosa de los Ríos se llenó de luces y cuetes la tarde que llegó. El Pepillo, ya ve que era buen amigo de mi hijo, me regaló dos marranos para hacer el mole. Todos andábamos llenos de felicidad porque el pueblo iba a tener por fin un doctor de los nuestros, de esos que sí iban a saber curar. No como los güeros esos que vienen de otra partes, de esos que a veces nomas vienen pa hacer experimentos con nosotros.

Mi Rafita, era el orgullo de toda la familia, hasta estaba seguro que iba a ser ejemplo para los hijos de los hijos de mis hijos, creía que le iban a hacer una estuatua, de esas, de las que platica Cornelio Macías. Cuando salió de la casa lleno de ilusiones diciendo que  iba a ser doctor, nos llenamos de felicidad. Yo trabajé por más de diez años, de día y de noche, pa mandarle dinero. Varias veces nos quedamos sin comer, había días en los que mi mujer, los otros hijos míos y yo nos dormíamos más temprano pa no tener tanta hambre. Siempre les decía a ellos "ya verán que cuando mi hijo el doctor venga seré rico y lleno de bendiciones". Y, pos, ya lo vido, Fede: nomás no. Cuando llegó, yo ansiaba que alguien de la familia o del pueblo se enfermara pa que vieran cómo los curaba mi hijo. Al quinto día llegó Manuel con un dolor gacho en su panza, nomás le dio así de buenas a primeras.  Mi hijo estaba muy asustado, yo creía que así tenían que ser los doctores. Le dio sabe qué tantas cosas. Manuel salió sin poder hablar. Después llegó Virginia; ella tenía una dolencia en la lengua y los cachetes, yo miré más nervioso a mi hijo y ya como que algo no me cuadraba. A ella le dio unas cosas a tomadas y salió calladita. Por último, llegó el hijo más chiquito de Jeremías, que tenía como dos años; venía a chille y chille. Mi hijo lo metió pa dentro de la casa, lo recostó y le hacía hartas cosas, ¿quién sabe que le daría en su boquita? El niño ya no lloró y se fueron.

Cuando se fueron abracé a mi hijo, le dije que esa gente se iba a ayudar mucho.

Ya por las diez de la noche llegaron docenas de gentes con palos y machetes, gritando puras sobajeses de mi hijo. Yo, pa pronto, salí. Al principio se me querían echar encima, los detuve pidiendo explicaciones.

No me la vas a creer Fede: las dos gentes y el niño estaban muertos, parecía que estuvieran envenenados. Entré a la casa y mi hijo estaba arrinconado, le pregunté qué había pasado, me contestó que nunca fue a la escuela pa ser doctor, que lo perdonara. Yo lo maldije hasta que me cansé y dejé que entraran  por él. Lo sacaron a garrotazos, se lo llevaron y en ese famoso árbol lo colgaron.

Y no creas que yo no salía por el dolor de ese hijo que me mintió: yo no salía por la vergüenza de haber criado a un hombre sin corazón y capaz de haber matado a tres gentes nomás por no tener el valor de decir la verdad.  Eso sí que no, yo soy lo que usté quiera pero menos una tapadera de las cosas que están malas. Y ya me voy Fede, ¿qué más nos queda?, más que seguir adelante.

-Ándele pues don Toño, que le vaya bien.

 

 

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