El caminante errante | Pantaleón

El caminante errante | Pantaleón

“…Todos me traían en sus largas lenguas de serpientes que yo maté a mi madre, y nel. Yo no maté a mi madre, o sí la maté, pero no era mi madre…”

Sergio Ríos Sandoval*

La Tiendita de “Don Fede” en el pueblo, Santa Rosa de los Ríos

Conoce las historias de La tiendita de don Fede en el pueblo Santa Rosa de los Ríos, una serie de cuentos cortos de mi colección. Hoy les presento Pantaleón:

-¿Cómo le va don Fede?

-Pa… Pa… Pantaleón. ¿Tú? ¿No te habías morido? Desde que pasó lo que pasó, pos no se te vio por Santa Rosa de los Ríos en años. Mírame nomás, hasta me puse a sudar. Mirarte a ti es peor que mirar a un fantasma.

-Don Fede, por eso mesmo volví a este pueblucho gacho. Todos me traían en sus largas lenguas de serpientes que yo maté a mi madre, y nel. Yo no maté a mi madre. O sí la maté, pero no era mi madre.

-No te entiendo, Pantaleón. Lo que sí sé es que cuando pasó lo que pasó, todos nos juntamos y fuimos a la parroquia, con el padrecito Dagoberto, pa’que mentara tu nombre en un novenario de misas que ofrecimos por la desgracia de tu alma y por el ánima de tu santa madrecita.

-Ya le dije que yo no hice lo que hice. Le voy a platicar como estuvo la cosa. Pare bien la orejota pa’que vaya con el chisme y me dejen en paz. No tuve la culpa, de una vez le digo; mire, por ésta, que Dios sabe que yo estoy limpio.

-Ya no te andes por las ramas y di la verdad ¡Tú mataste a tu madre!

-¡No!, entienda que no. Ahí le va cómo estuvo la cosa: en aquellos años yo vivía con mi madre, éramos solo ella y yo para el mundo. Una tarde se me ocurrió decirle que estaba enamorado de la Gema, ella se disgustó pero no me dijo nada. Después de unos meses de que platicábamos la Gema yo, ya teníamos permiso de sus ‘apás, luego pos nos arrejuntamos y nos fuimos a vivir a la casa de mi amá, en el cuarto que da pa’l chiquero. A mi ‘amá no le gustaba nadita que estuviera con la Gema. Siempre me decía algo malo de ella.

Una tarde me arrimó un café y me dijo que la Gema me andaba haciendo de chivo los tamales. Que todas las madrugadas que me iba de sacristán entraba con la Gema un hombre. La mera verdá yo no aguantaba el coraje. Mi ‘amá me decía que la dejara, que nomás así la dejara sin explicaciones, sin nada; yo encabritado le dije que no y que al día siguiente no iría de sacristán, le dije que me iba a regresar para agarrarlos y cacharlos en la mera maroma. Mi ‘amá me suplicó que no se ocupaba hacer eso, que bastaba con que le creyera a ella, que pa'eso era mi madre, le dije que no, y ¡no! Estaba decidido. Mi ‘amá siguió queriéndome convencer buen rato. No logró nada.

Esa noche no le hablé pa’nada a la Gema, tenía harta rabia. Al día siguiente, tempranito, en la madrugada, salí del cuarto, me fui un rato a caminar para esperar a que ese buey llegara con mi mujer, me aventé unos pajuelazos a lo derecho de mezcal: ni me sabía a nada. Nomás me hacía falta bufar pa’ndar más bravo que un toro. Me regresé y ya sabe usté don Fede que andaba armado, yo siempre ando armado, no confió en casi nadie, y ese día… ese día… ay, Diosito santo: ese día, mi querido don Fede, que voy llegando, voy entrando por la puerta grande, doy unos pasos como entre sí y como entre no, me voy acercando lento, como le hace el perro de Eduviges, lento, pero amenazante. Cuando me acerco y ya que estoy más cerquitas, vi al que creí que era ese cabrón, ese perro mendigo gacho al que le traía ganas desde que mi madre me dijo. Estaba allí de espaldas, no soy un cobarde pero tampoco soy pendejo, así que le dejé caer toda la carga de la pistola en la espalda. Entré al cuarto para verle la cara y seguirlo maldiciéndolo a él y a mi mujer. No me la va a creer don Fede: ese, ese cuerpo era el de mi madre. Se había puesto prendas de hombre pa’que yo creyera que mi mujer me estaba haciendo buey.

Valió puritita madre, don Fede, maté a mi amá, ¡’ora pues!, sí la maté pero yo al que quería matar era al buey ese. Mi ‘amá tuvo la culpa, desde allá arriba o desde allá abajo que me está viendo, lo sabe y lo sabe bien: ella tuvo la culpa, quién la mandaba ponerse esos trapos nomás porque quería que me alejara de la Gema. Mi mujer, mi pobre mujer, cuando vio que maté a mi ‘amá, me gritaba con todas las fuerzas de sus entrañas que era un asesino. Ya no tuve cara ni ganas ni nada, de querer arreglar nada, había matado a mi ‘amá y mejor me fui lejos. Ya estando lejos recapacité, don Fede, y por eso vine, pa’que ya no se hable mal de mí. Yo no tuve la culpa, yo hice lo que usté hubiera hecho y no me diga que no… ¡Le hablo!

-Puede ser que tengas razón, puede ser que tengas razón.

-Ya me voy, ahí le encargo que riegue este chisme, al cabo todos sabemos que pa’eso usté se manda solo.

-Me has dejado sin palabras. Me dejaste calla’o, Pantaleón.

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