Bibliósfera | Los aerostatos: ¿Y si te gusta leer y no lo sabías?
La literatura es un refugio,
un lugar donde los sueños se hacen reales.
Cesare Pavese
Joseangel Rendón
Una palabra, una frase, un libro.
La educación primaria nacional ha tenido siempre como lado flaco el instruir el gusto por la lectura. No lo digo yo, lo dice una sociedad que no llega a leer en promedio ni dos libros por año. Pero ¿por qué no leemos, Kimosabi?
Los mexicanos odiamos la lectura porque los primeros textos que nos acercaron eran vacíos de esencia y llenos de palabras antiguas e incomprensibles, sobre todo para un mocoso imberbe (entiéndase: jovenzuelo enfrentado a la sociedad, para los cristalitos) que actualmente ha cambiado el lenguaje por meras claves abreviadas (ALV y otros pocos guturalismos). ¿Morirá la palabra?
Se dice que con las nuevas tecnologías y redes sociales el ser-humano lee más, pero dichas lecturas tienen menor contenido que nos aporte conocimiento real. Existe tal preocupación al respecto, que en el gobierno español (país muchísimo más lector que el nuestro), en febrero de 2020, la Federación de Gremios de Editores de España encargó a Irene Vallejo, Filóloga española, un Manifiesto por la lectura, para que fuera la voz que acompañara a la petición de un Pacto de Estado por la lectura y el libro. Leer más, leer mejor, es la solución a una decadencia en el aprendizaje que vaticina futuros catastróficos.
El rescatar los momentos lectores dentro de nuestra cultura, darnos tiempo de abrir las páginas de un libro –aunque sea digital– es una vocación que necesita de Legionarios de la Palabra. Irene Vallejo dice, en este intento de rescate: “Somos seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces, de historia, de filosofía y de ciencia, de leyes y leyendas. Por eso, la lectura seguirá cuidándonos si cuidamos de ella”.
Abunda la autora de El infinito en un junco: “Hoy, entre nosotros, existe el peligro –casi imperceptible– de la desidia, el olvido, la omisión, el descuido, la indiferencia de una sociedad que no sepa amparar los libros y los eslabones de esa cadena invisible que los salva. Urge mantener siempre la imaginación en ascuas. Y, sobre todo, es imprescindible cuidar a quien lee: en los clubes de lectura, en los centros cívicos de barrio…” etc. Pero ¿Cómo encontrar soluciones prácticas en la educación lectora a temprana edad?
Una palabra, una frase, un libro. Los pequeños enfrentan en las lecturas aprobadas por la SEP textos antiguos con palabras “raras” que hacen de la lectura una entrada gratis a la “casa de los espantos” e inmediatamente abandonan la pasión por leer que tuvieran si se les hubiera escogido lecturas propias de su edad y comprensión. Una palabra al día; conocer primero nuevas palabras abre la curiosidad. Una frase a la semana: los conocimientos condensados en la experiencia histórica en aforismos, máximas y refranes aplicados a la vida misma, también fomentan la curiosidad de saber más del autor o el contexto. Un libro al mes: No exigir leer tabicotes de 500 páginas para cada examen, sino acercar lecturas cortas, divertidas y que aporten a la curiosidad.
El filósofo Gregorio Luri, en El Manifiesto por la Lectura, señala: “Lectura, escritura y habla van unidas. Por medio de la lectura reforzamos el significado de las palabras que creemos entender y aprendemos palabras nuevas. Los niños que leen más hablan y escriben mejor. Nuestro fracaso escolar es, básicamente, un fracaso lingüístico. Y lo es incluso en matemáticas”. El psicólogo Mark Taylor, de la Universidad de Oxford, analizó los hábitos cotidianos de casi veinte mil jóvenes: Ninguna actividad practicada fuera de la escuela demostró una influencia tan poderosa sobre el futuro como leer por puro placer.
Recomiendo acercarse a El Manifiesto por la Lectura para obtener buenas ideas en cuando al fomento a la lectura, pero, además recomiendo la novela corta Los aerostatos, de Amélie Nothomb, un ejemplo de historia digerible que trata precisamente sobre leer más y leer mejor.
Amélie Nothomb elabora un elogio de la lectura nada trivial, nada previsible y, sobre todo, nada inocente, dice el resumen de solapa. Ange Daulnoy tiene diecinueve años, vive en Bruselas y estudia filología. Para ganarse algún dinero, decide impartir clases particulares de literatura a un morro de dieciséis años llamado Pie Roussaire. En apariencia el chico tiene problemas de comprensión lectora, sin embargo, el problema real es que odia los libros tanto como a sus padres.
Ange le proporciona lecturas como Rojo y negro, de Stendhal; La Ilíada y La Odisea, de Homero; La Princesa de Cléves, de Madame de La Fayette; El diablo en el cuerpo, de Raympnd Radiguet; La metamorfosis, de Kafka y otras, que despiertan preguntas e inquietudes en el joven Pie.
Y poco a poco, la relación entre la joven maestra y su discípulo se transforma. La literatura ejerce una fuerza, como el gas que permite que los zepelines floten en el cielo. Aunque la misma energía que posibilita esta elevación es altamente explosiva y peligrosa.
Para empezar, quienes tienen terror a las palabras “raras” no abrirán este libro cuya protagonista es estudiante de “filología” [Ciencia que estudia las culturas tal como se manifiestan en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos. Óbice solucionado, ja (óbice: impedimento)], aunque la novela tenga menos de 80 páginas y se lea con alegría en una tarde de ocio. Pero hay que perderle el miedo.
Para todos los rechazados-solitarios que integran esta novela corta, socializar es tan difícil como entrar por primera vez en las páginas de un libro: tiene palabras (un chingo de ellas), algunas de ellas desconocidas [por fortuna hay un libro –otro- que las contiene todas (o Google para los cerounistas): el diccionario], pero si no enfrentamos el reto de conocerlas y saber la magia que hacen al concatenarse unas con otras para formar frases, párrafos, capítulos y así sucesivamente, hasta llegar al esplendoroso clímax del punto final, leer, en el futuro cercano, será una mera ficción. Así sucede en la novela.
Aunque el final sorpresivo, casi sacado de la manga, es un salto de la realidad buscada, no desmitifica las bondades de convertirse en un buen lector desde ya.
La lección (tal vez): No necesitas ser un rechazado social para enamorarte de los libros. Cuando quedas inmerso en el triángulo perfecto: Papel (o ceros-y-unos), Palabras e Historias, es imposible abandonar ese bendito vicio. Del amor ya hablaremos en alguna lejana ocasión.
Las páginas de Los aerostato (2020) refieren a la globalización contemporánea, donde las relaciones personales y familiares están fragmentadas, haciendo del aislamiento –disfrazado de zona de confort– la única solución posible. Pero hay buenas alternativas.
Amélie Nothomb, escritora belga, nació, en la ciudad japonesa de Kobe el 13 de agosto de 1967. Admiradora de autores como Denis Diderot, Marcel Proust, Emmanuel Schmitt, Jacqueline Harpman y Yoko Ogawa, desde 1992, no ha dejado de publicar obras de forma anual. Se instaló en la capital de Bélgica para estudiar Filología Románica en la Universidad Libre de Bruselas. Esta novela corta se parece mucho a su vida.