El caminante errante | Ignacia
“…Don Fede, dice mi mamá que por el amor de Dios, que si le hace el favor. Mi apá no ha conseguido trabajo, ya lleva tiempo buscando uno…”
Sergio Ríos Sandoval
…¡El fulano se peló con el dinero de todos! Imagínese nomás que desgracia más grande. Nadie sabía nada de él.”...
-Ignacia, ¿qué te vamos a dar?, contigo voy a hacer la cruz. Dichosos los ojos, ¡ojalá que tengas buena mano!
-¿Dice mi amá que si le fía unos dos barriles de leche y seis piezas de pan?
-Ah que tu madre, mira nomas que cargadita. Me da abonitos chiquitos y me pide cuentas largas. Dile que no, hija, que ni siquiera he hecho la cruz, mira ni un quinto tengo, no he vendido nada. Ándale, dile que ahí pa la otra.
Después de varios minutos regresó Ignacia, mientras Don Federico acomodaba la mercancía.
-Don Fede, dice mi mamá que por el amor de Dios, que si le hace el favor. Mi apá no ha conseguido trabajo, ya lleva tiempo buscando uno y no encuentra nada.
-Tu papá es un flojo, un arguenudo, seguido lo veo sentado afuera de la panadería de Roque Rivera, si tuviera vergüenza vendría él a pedir fiado. Ustedes qué culpa tienen de ese bueno pa nada, es como una sanguijuela.
-Ya ni me diga que sí me siento mal. Yo creo que anda así desde que se petatió mi tío Anselmo, su hermano de mi apá.
-Fíjate que ya no me acordaba de eso, ¿fue cuando en esos entonces andaba un tramposo?, ¿fue pa esos tiempos, veda?
-Sí, ya ve que hasta se iban a ir pal norte, pal otro lado juntos. Un día los miré a los dos platicar, estaba yo dándole de comer al puerco que nos comimos en la fiesta de quince años de Seferina Morales, la que se casó con el Cuco, Refugio Cervantes, el que se ganó el gallo de oro en la fiesta del pueblo, en mismo año que se cayó el puente de los Rosales. Mi tío Anselmo dijo que vino un fuereño, con botas finas y todo, hasta decía mi tío que traía pistola brillante, a los dos les daba emoción porque mi tío platicaba que ese tal fuereño, que lo nombraban como el “Chuco” era uno de esos muy buenos pa cruzar a la gente pal otro lado, que dizque nomas pasaban un arroyito y ya, a ganar muchos dólares. El mentado “Chuco” juntó a muchas gentes del pueblo para decirles que estaba buscando valientes que quisieran ganar mucho dinero pa que se compraran troconas grandonas, y muchas cosas, porque ya ve usted don Fede, que aquí en Santa Rosa de los Ríos pos está muy canijo tener unos centavos y ni de chiste tener pa una trocona, los únicos que tenían modo, pos ya ni siquiera están aquí.
Ya le digo, entonces se juntó todo el pilalal de muchachos, eran como unos veintiséis y entre ellos andaba mi apá y mi tío. El fuereño les dijo que al día siguiente los esperaba a todos en la plaza, cuando el sol empezara a rayar. Les pidió anticipo a todos, y no era poquito, mi apá y mi tío, me acuerdo que vendieron las gallinas, la cría de conejos y una vaca que habían comprado con lo que les pagaron la única temporada que dieron algo los barbechos de don Fili. Todo el patrimonio que habían juntado en toda sus vidas se lo dieron en sus manos al fulano, ese tal por cual, con la promesa de que allá en el norte les iba a ir muy bien.
Esa noche mi apá y mí tío Anselmo no durmieron de la emoción, estaban haciendo planes de todo lo que se iban a comprar cuando tuvieran el chorrotal de dólares.
Cuando amaneció, se despidieron tristes y felices. ¡Cómo nos duele acordarnos de ese día! Yo le besé la mano a cada uno. Se fueron pa la plaza. El fulano no estaba. Se quedaron esperando como hasta las dos de la tarde y no llegó. Todos los que estaban esperando al fuereño lo maldijeron hasta cansarse. ¡El fulano se peló con el dinero de todos! Imagínese nomas que desgracia más grande. Nadie sabía nada de él. Mi apá y mi tío se fueron pal patio de atrás de la casa, andaban como tristes, como pensativos, como si hubieran cometido un pecadote, se sentaron debajo del eucalipto, platicaban con la esperanza de que el fulano aquel hubiera tenido algún problema y que llegaría más tarde o al día siguiente. No llegó, ya lo vido uste. Mi tío se enfermó harto, nomás decía que le dolía la cabeza, ese dolor no se le quitaba ni con las rodajas de papa en las sienes que le ponía yo. Se dejó morir, fíjese, como que se petatió de puritita tristeza. Pobre de mí tío, pero también pobre de mí apá, desde ese entonces ya no es el mesmo, ya no ríe, dice mi amá que tiene miedo que se muera como mi tío, por eso le digo que pos no tenemos dinero. Yo no sé si se componga la cosa, pos no sabemos qué hacer. Ya lo ve usted, la gente habla sin parar, sin tan siquiera saber. El dolor de uno es tan gacho que a veces no dormimos de tanta hambre que tenemos, mi apá no tiene ánimos.
-Hija, no sé qué decirte, aunque me duele mucho lo que pasa en tu casa dile a tu amá que esta es la última vez que le fio, yo tampoco puedo estar socorriendo a todos los de por aquí porque si sigo así me voy a ir pa bajo, pior que tu padre y pa qué quieres. Que Dios los bendiga, ojalá que se puedan recuperar pronto. Toma las cosas.
*Soñador que se deja llevar por la imaginación y las letras. Escritor de El Curro de Plata.