Bibliósfera | Literatura Térmica
Alguien dijo:
que una alianza nos lleve / al asombro que duerme / de cuerpo entero
alguna realidad / más íntima aún que lo real /debe haber.
Oratorio (fragmento) María Negroni
Joseangel Rendón
Para Eduardo Campech Miranda, hasta la biblioteca infinita.
Mi padre hablaba hasta con la boca llena. NO, no es cierto, pero sabía hacer de la palabra el estado natural de la sobremesa. Su voz rompía horizontes. De hecho, con mi viejo tuve ese curso propedéutico –y preescolar– sobre “Como ser un cuentahistorias sin sentir hambre”. Ni qué decir de la comida más deliciosa –la magia de mi santa madre–. Las tres de la tarde siempre ha sido una hora asombrosa. Desde chiquito, uno le agarra cariño a las cosas que el seno familiar nos acerca.
“Puras charras”, dirían en aquellos tiempos, al respecto de las historias que contaba el Sr. Rendón; pero del recuerdo han salido una treintena de cuentos que guardo en dos libros inéditos, y la vocación de seguir contando cosas en las páginas que escribo. De ahí nació mi hambre de ficciones, y empecé a invertir mis domingos en comprar comics para devorar sus letras e imágenes. Tardé un titipuchal de años (y libros) en decidir dedicarme a escribir, lo que ha llegado a ser la zona de confort de mi vida.
El domingo pasado inicié el curso-taller Las Tablas de F.E. (o las Fases del Escritor, en la Sala Hermanos de Santiago, de la Ciudadela del Arte Zacatecas, curso que seguirá domingueando hasta el 24 de noviembre), donde, de entrada, hice hincapié (me aferré, pues) en usar el término “Buena Escritura” para apartar del “vulgo” (o escritura utilitaria) a aquellos textos que son dignos de formar una colección de cuentos en un libro o una novela publicable, a lo que uno de los asistentes preguntó:
― ¿Y qué es la Buena Escritura?.
Hube de torear la pregunta, porque, la verdad, no iba preparado para ella, por lo que sólo respondí:
―Los textos que nos generan una emoción.
La siguiente hora del curso-taller se me fue divagando sobre la meta de un escritor: hacer Buena Literatura, y vinieron a mi mente un par de momentos –aparte del que inicia el artículo– del por qué escribo.
Fue en un comic de Archie en temporada de verano: el sofocante calor salía de los bordes de las viñetas, hasta que el pecoso pelirrojo preguntó a uno de sus maestros cómo podría disipar esa sensación térmica de alto grado. El profesor lo llevó al cine, donde exhibían la película de El Hombre de las Nieves. El frescor bajo cero del celuloide, que brotaba de los personajes al hablar, hizo que Archie olvidara el sopor veraniego y hasta le dieran ganas de ir por un suéter a su casa. Entendí entonces lo que era quedar inmerso en una sensación extraída de la ficción, de las letras.
En la Buena Literatura están todos los sentidos y todas las ideas. El literato alemán Wolfang Kayser planteó cambiar el término “Literatura” por el de “Bellas Letras”, para poder diferenciarla de la narrativa oral y los textos no literarios o Literatura Utilitaria. Eso comienza a responder la pregunta, pero hay más.
Para el novelista español Enrique Vilas-Matas, “La literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser, pero también de lo que pudo haber sido. No hay nada más subversivo que la literatura”. Las palabras son la vida, con dicho y lo no dicho en cada texto.
El segundo momento epifánico fue allá por el año 2 mil, cuando se me ocurrió hacer una revista zacatecana donde pudiéramos publicar todos los que intentamos escribir o decir algo fuera del reflector de la “alta comunicación mediática” o como se llame esa cosa producto del chayote. Era un trabajo duro, en todos los aspectos, pero fueron las palabras de un amigo, Legionario de la Palabra con quien compartí momentos de lucha contra el sistema que rechaza el aprendizaje: El buen Campech, más con su ejemplo que con su buena vibra, me dio el aliciente para no renunciar al proyecto editorial que había emprendido y duró 22 años con sus altas y bajas. Su presencia siempre tenía el calor de un abrazo.
“La literatura es esencialmente soledad”. Dijo Paul Auster: “Se escribe en soledad, se lee en soledad y, pese a todo, el acto de la lectura permite una comunicación profunda entre los seres humanos”. Así eran los diálogos breves con Eduardo Campech, en sus tertulias, homenajes a escritores como Jaime Sabines, etc. Donde, desde su voz, comprendías la importancia de la literatura para el bien común.
El poeta John Rybicki habla del verso como una ruptura del silencio y del final del verso como un regreso al silencio. Campech se esforzaba cada día en romper el silencio y encontrar vida entre los versos y los párrafos, y que el regreso al silencio no detuviera nuestras metas.
La vida nos da momentos cuando necesitamos palabras que no encontramos, y nos hacemos fuertes hurgando en los recuerdos, en la ficción, hasta hallar las que proporcionan el calor necesario para no salir –otra vez- descobijados al mundo. Queda la ausencia, pero no el silencio. Seguimos avanzando sobre lo aprendido, lo que compartimos algún día, sin dejar de dar vuelta a las páginas. Un abrazo, Campech.
PD: Este 5 de noviembre inicia el puente “Pepe-Reyes” (es como el Guadalupe-Reyes, pero se inaugura desde mi cumpleaños), así que no les extrañe el contenido nostálgico de la columna dominguera en estas fechas; Buen-Fin, estrenos de cine, aguinaldo, nuevos libros, Revolución… Hay temas, hay temas. Saludos.
Joseangel Rendón escribe desde 1995; recientemente ha publicado los libros Fantastrágico (disponible en Amazon) y Triplicantes, de narrativa, así como Animadversos de poesía.