Andar las vías | Una riqueza que no supimos valorar
“Sin vivir bajo una casa sólida, sin dormir sobre una cama acolchonada; sin calzar la opulencia de zapatos, sin saber el calor de las chamarras; estábamos enriquecidos de una libertad sin tope, sin orilla y sin divisiones”
LUNA MORENA*
Hace poquitos años el tiempo de mi niñez llegó a su fin, pero nunca los bellos recuerdos que permanecerán engalanando mi vida y mi memoria. Quienes vivieron lo mismo que yo narran esa época como la más triste, la más difícil y la más pobre. Claro que faltaban muchas cosas, pero como todos vivíamos igual, las carencias se resolvían cuando las familias nos reuníamos al calor de un anafre disfrutando taquitos de frijoles con té de canela para mermar el frío.
Nadie teníamos zapatos, chamarras, ni abrigos y suéteres de ahora; creo que ni siquiera los conocíamos, porque al menos en mi casa, nadie los mencionaba y para pasar el invierno, mi mamá nos prestaba sus rebozos y las sábanas que hacía con trozos de tela. Estas sábanas al momento de bañarnos eran nuestras elegantes toallas y bien que nos secábamos con ellas. Después mi mamá las colgaba sobre un tendedero de alambre para que el sol y el aire las pudieran secar; porque al llegar la noche, a la hora de dormir, se convertían en nuestros cobertores estrella.
Oscura la mañana empezábamos a trabajar. En ese tiempo en el pueblito no había molino comunitario; cada familia en nuestras casas, teníamos uno pequeño que maniobrábamos con nuestras manos para moler el nixtamal antes de que el sol tomara su turno. No importaba que estuviera nevando, que el calor calentara la tierra, que el polvo cayera con libertad y el viento despeinara nuestras trenzas; dicha faena se tenía que hacer, sí, o sí. Este trabajo para nosotros no era pesado, ni nos cansaba; en la familia éramos muchos y cada uno tomaba su turno para ayudar, hasta que la masa quedara con la tesitura fácil para hacer las tortillas y cocinarlas.
Después de desayunar frijoles puros con huevo de gallina bailadora; vistiendo nuestros mejores atavíos, calzando nuestros huaraches y con nuestros libros en un morral nos dirigíamos a la escuela. Vale comentar que nadie teníamos mochila, ni siquiera conocíamos esa elegancia que ahora estrenan cada ciclo escolar.
A la hora del recreo (única materia que más me gustaba), nos dábamos tremenda revolcada jugando al bebeleche, las canicas, los quemados, el balompié y otros divertidos e inocentes juegos. Nadie regresábamos a nuestras viviendas limpios ni bonitos como nuestras mamás nos enviaban a la escuela. A pesar de saber que eso las enojaba hasta los gritos, no dejábamos de hacerlo; porque para nosotros los juegos son y serán parte importante de nuestros derechos.
Esos juegos blancos que nunca se volverán a repetir ni con nuestros hijos, ni con nuestros nietos. Aquella época llena de confianza, de cuidados, de respeto, de cordialidad; forma parte importante de nuestro pasado, un pasado que recordamos; que desde nuestra memoria añoramos suspirando nostalgia e irremediable vacío.
Sin vivir bajo una casa sólida, sin dormir sobre una cama acolchonada; sin calzar la opulencia de zapatos, sin saber el calor de las chamarras; estábamos enriquecidos de una libertad sin tope, sin orilla y sin divisiones. Lo mismo ocurría con nuestra felicidad, una felicidad que disfrutábamos a manos llenas; sin temores, sin miedos, sin horarios. No había quien pensara en ningún impedimento para estar felices y libres, en aquéllos tiempos esto era nuestra riqueza, nuestra opulencia, nuestra comodidad.
Nuestro jardín era de mezquites, álamos, cactus, huizaches; que habían crecido en la circunferencia de la comunidad; nuestro baño era el río que pasaba en el centro del lugar, resguardado por unos barrancos morados y albinos, engalanando el terruño. Con un jardín tan grande y un río todo comunitario; además de ser felices y libres, éramos los más pudientes del territorio.
*Escritora, poeta y promotora y difusora de la cultura. Soy tres estuches de monerías y casi un montón de cosas.
*Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.