Andar las vías | Época del ferrocarril y su añorada causa de comodidad
“La llegada de la locomotora por tanto ruido que hacía al moverse sobre las vías de fierro y acero, como que no gustaba mucho…”
Luna Morena
Un buen número de la sociedad, extraña este medio de transporte por económico, rápido y resistente para cualquier carga que sus pasajeros quisieran llevar. También es extrañado por una cantidad importante de negociantes; quienes vivían complaciendo los gustos de la gente, desde la ropa, zapatos, bisutería, muebles, loza y comida de todos colores, tamaños y sabores.
A todas horas las estaciones del ferrocarril estaban llenas de gente; unas se iban, otras llegaban y otras estaban atendiendo sus negocios, cuando las personas necesitaban hacer sus compras.
Cuando se empezaba a anunciar la llegada de este medio de transporte; quienes vivían cerca de la vía, comentaban llenos de curiosidad; si fuera tan servicial, tan útil e importante como una troca, un remolque o un carro. Ni siquiera en su imaginación les pasaba el beneficio gigante que este desconocido movimiento traería a sus vidas; tanto que en poco tiempo en su persona y entre sus conocidos el cambio sería notable a cualquier distancia.
La llegada de la locomotora por tanto ruido que hacía al moverse sobre las vías de fierro y acero, como que no gustaba mucho, a quienes por suerte les había tocado vivir cerca de los caminos de fierro. Era tanto el ruido, que difícilmente podrían complacer el sueño. Por un buen tiempo no había manera de que pudieran dormir, hasta que con el pasar de los días ya acostumbrados al ruido, parecía como si nadie pasara jugueteando sobre esos senderos estrepitosos a la medida del ferrocarril viajero.
Un mundo de gente donde se estableciera una estación del ferrocarril; primero miraban la construcción de arriba hacia abajo con recelo y desconfianza, por la forma que le habían dado al inmueble y la rapidez con que habían sido hechas, sin siquiera imaginar la cauda del generoso progreso que este medio de transporte venía cargando, a favor de quien quisiera aprovecharlo. Era cuestión de querer trabajar, ejerciendo la habilidad que cada persona tuviera para que el bienestar económico dejara de ser problema.
Con esa facilidad de viajar, las personas se podían trasladar de una ciudad a otra, con la finalidad de conocer los pequeños pueblos y su gente; igual lo hacían para ir de compras, para visitar amigos y familiares, para asistir a una fiesta, promover celebraciones importantes; también para que ellas encontraran el siguiente novio, o ellos al fin encontraran novia.
El desempleo dejó de ser una preocupación de insomnio, entre aquellos hombres y mujeres que se les dificultaba encontrar uno; igual sucedía entre quienes casualmente eran despedidos y en aquéllos que no contaban ni con tantita experiencia para desempeñar cualquier actividad. Nada sabían del quehacer en el ferrocarril, pero la empresa contaba con expertos para guiar a todos los que se iban incorporando al mundo ferrocarrilero. De acuerdo a la facilidad de aprendizaje, era el puesto que los recién contratados, iban a poder desempeñar en los grandes talleres, de las pesadas y serviciales máquinas. Ser trabajador del ferrocarril, a mujeres y hombres los hacía sentir orgullosos, creídos e interesantes; porque pertenecer a este gremio tan numeroso, era estar al centro de una distinción superior, sobresaliente e innovadora.
Desde la compañía que el ferrocarril traía consigo, hasta cada estación ubicada sobre solares planos; paraderos urgentes y uno que otro descansadero; el comercio se hacía presente para servir a los rieleros vestidos de mezclilla, cachucha, pañuelo rojo y calzado especial.
Con la llegada del ferrocarril la economía se mejoró en los hogares, en los negocios y hasta en las empresas que llegaron antes. No era necesario decirlo, el aspecto de la gente lo decía todo y lo decía bien y es que cualquier pequeño negocio puesto cerca de la estación, tenía la venta asegurada y tratándose de comida mejor; porque nadie se resistía de poder saborear la especialidad de las ciudades. Por mencionar algunos: el asado de boda en Zacatecas, el riquísimo mole poblano y oaxaqueño, el cabrito y la machaca con huevo, las gorditas tradicionales de Luis Moya, las otras gorditas de Trancoso y su pan asado sobre las brasas…en fin.
Hoy se extraña y se añora desde el corazón la vida en la época del tren; ese tren que se despidió de muchos lugres llevándose tanto de lo que había traído, llevándose su mundo de ruido inconfundible hecho sobre aquéllos caminos de hierro y acero.