Andar las vías | Los abuelos
“Acuérdate de los abuelos antes que llegue el momento de cerrar para siempre, la puerta de su vivienda…”
Luna Morena*
En mi pueblo nunca nos impulsaron a tener una convivencia cercana con nuestros abuelos, y si acaso trataban de que la hubiera, nos daba mucha vergüenza eso de los abrazos, de agarrarle la mano, saludarlo y conversar con ellos como ocurre en las telenovelas. Después de que hacían semejante pantomima nos tardábamos días en visitar a los abuelos y los primos que vivían con ellos, sabiendo la actitud que nos surgía ante estas circunstancias; no les quedaba más remedio que acudir a nuestras viviendas para continuar con nuestro mundo de juegos divertidos.
Ni siquiera nos dábamos cuenta, que en varias comunidades se organizaban convivencias colectivas; cuidando que nadie de la tercera edad o por el importante hecho de ser abuelo; se quedará fuera de esta fiesta. Por cierto un festejo pero bien merecido, el cual continúa en la memoria de los encargados de organizarlo; mismos que tienen una responsabilidad mejor y más comprometida que la anterior; puesto que agasajar a tan admirados personajes (dicho por la autoridad), no se debe de hacer como “para taparle el ojo al macho”.
Siendo una convivencia de pipa y guante, de crema y nata, de altura social; es necesario que con amplio margen de anticipación se envíen las invitaciones a todos aquéllos que tienen la fortuna de ser abuelos y estar viviendo cerca de donde esta se estará organizando.
De ninguna manera la tercera edad debe tener problemas para su traslado al festival, ni para su regreso a casa. Muchos de ellos caminan lento y con dificultad; otros seguro deben estar pensando que se hará noche y no es muy sano andar por esas calles solas y oscuras buscando transporte para regresar a casa.
Mientras esto sucede de ciudad en ciudad, donde festejar a los abuelos ya es una costumbre; todavía existen comunidades (como la mía), que siguen sin enterarse de tal diversión. Cuando se quiere convivir entre familia, desde el integrante más pequeño hasta el mayor; no es necesario anunciar el fandango. Se trata de que los lazos fraternos no se pierdan y que todos sepan la ubicación de sus familiares, luego de repente se dan cuenta que se andan casando entre primos hermanos.
La importancia de conocerse y procurarse unos a otros, es porque de pronto aparecen contratiempos de la noche a la mañana, contratiempos que siempre será imposible poderlos evitar. Esos que al momento de suceder provocan un silencio pesado, amargo y eterno…
Como el día de cerrar…la casa de los abuelos. Cerrarla para que nada ni nadie interrumpa sus sonrisas, sus ocurrencias, sus cantares afinados; sus pasos. Para que nadie robe su aroma campesino, oculto entre las trenzas de ella y el sombrero charro de él. Para que nadie escuche sus charlas prolongadas forradas recuerdos, de vidas cotidianas sin importar el tiempo, las horas, ni las prisas.
Con el fin de estos pilares que no solo terminaron de vivir; terminan las reuniones ente familias; todos acudiendo al llamado de los abuelos, por el tantísimo amor que sin demostrarlo les tenían. Es cierto que no hubo la costumbre del abrazo principal, del beso reverente, de palmear la espalda, o el cariñito aniñado; pero si hubo un gran respeto habitual, el cual se podía ver y sentir donde los consanguíneos anduvieran y con quien estuvieran.
Se quedan también aquellos momentos convertidos en días de convivencia, de algarabía, de comida especial. Las incontables tardes de juegos inventados, de futbol sobre costales dificultando cada movimiento. Él bebe leche dominado por las mujeres, la víbora de la mar… así la vivienda de los abuelos fue cerrada para siempre, una vivienda que conservara aquellas historias suspendidas en el tiempo, en su tiempo. Después…ya nada será igual.