A q u e l a r r e | La perenne confrontación entre el Estado y el crimen organizado
No necesitamos ser policías para hacer el bien y procurar el bienestar común, si tan solo fuéramos buenos ciudadanos, otras personas no tendrían que poner en riesgo sus vidas por nuestra tranquilidad.
Tanya Ortiz *
Termina el cuarto mes del año y las cifras sobre la muerte de policías en Zacatecas no son nada alentadoras si se considera que, en promedio, ha fallecido de a uno por semana.
Es decir, en las primeras 17 semanas del año ya se ha registrado la muerte de 17 policías, de distintas corporaciones. La mayoría son de la Policía Estatal Preventiva, pero ésta, junto con las municipales y la Metropol, son las que más bajas han sufrido en esta perenne confrontación que tiene el Estado con el crimen organizado para lograr la pacificación de la entidad.
Son 17 policías que dejan familias incompletas, niños huérfanos, mujeres y hombres viudos, madres y padres sin sus hijos, un panorama por demás doloroso, pero que casi nadie ve, porque a quien más les dolerá la ausencia será justamente a ellos.
Esa ausencia, que solo se ve en el ambiente familiar, luego se traslada al laboral, al dolor que pesa entre compañeros, a quienes solo les queda el recuerdo de las capacitaciones, los talleres, la preparación y el oficio diario que compartían como parte de su trabajo.
Aquellos a quienes les arrebataron la vida en un afán de continuar con la vida criminal mientras éstos solo buscaban un mejor entorno para sus familias, su comunidad, su estado, luego pasan solo a ser números: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17…
¿Alguien sabe qué número es Luis Antonio García u Orlando Castro? Son solo dos de los policías que cayeron en el cumplimiento de su deber.
Administrativamente representan bajas para la corporación, necesidad de reclutar más gente porque hay que sustituir esas bajas y una merma económica porque suele apoyarse con gastos fúnebres y entregar las prestaciones de ley, además de pagar el seguro de vida que, al menos los que laboran para el Estado, tienen a su favor.
Socialmente representa merma en el estado de fuerza y fortalecimiento de un sentimiento de desprotección y desazón, de que los criminales dan dos golpes donde más le duele al Estado, por cada uno de los que ellos reciben cuando dan a conocer que se detuvo a varios sujetos armados y posiblemente vinculados a varios delitos, cuando hay aseguramientos de drogas o vehículos robados.
De hecho parece que justo es esa la consigna: una de cal por dos de arena.
Hay quien restriega en la cara a los policías que si se quejan de su trabajo o de arriesgar la vida, que se cambien de trabajo y se resuelven sus problemas, pero no valoran que si así de sencillo fuera, no habría policía alguno en la calle y la ley del más fuerte prevalecería por doquier –si así, se sale de control-.
Cuando a los presuntos criminales se les detiene o resultan “reducidos” como ha dado ahora a la autoridad por decir cuando caen abatidos en enfrentamientos, lo más que se puede decir es que, involucrándose en el crimen organizado solo tienen esas dos salidas: la cárcel o la muerte.
La diferencia está en el espíritu de servicio: mientras los policías buscan el bien común, los delincuentes buscan su propio beneficio; mientras los primeros quieren el bienestar de la sociedad, los segundos el suyo propio y, a lo más, el de un pequeño grupo que obtiene beneficios tan efímeros, como su vida.
No necesitamos ser policías para hacer el bien y procurar el bienestar común, si tan solo fuéramos buenos ciudadanos, otras personas no tendrían que poner en riesgo sus vidas por nuestra tranquilidad.