Una Colorada (vale más que cien descoloridas) | Consecuencias de mentir

Una Colorada (vale más que cien descoloridas) | Consecuencias de mentir

“Aprender las consecuencias de las mentiras, entre otras, enseña que puede convertirse en dependiente de quienes saben de sus engaños”

Lilia Cisneros Luján*

Mi abuela decía que no hay nada nuevo bajo el sol; y es tan cierto que las modas se repiten, las películas clásicas aparecen con una “novedosa” modernidad y de pronto es lo antiguo lo que más se anhela. ¡bueno! para los que en solo ocho pisos de existencia hemos visto lo suficiente como para afirmar que la creatividad de plano, si no ha muerto, está en franca agonía.

La reflexión viene a cuento por aquello de la nueva versión –por cierto, no muy afortunada– de la historia de un niño fabricado con madera de pino, al cual el creador intenta enseñarle valores como el respeto, el esfuerzo, la responsabilidad y la amistad, entre otras muchas cosas.

Entre el origen de una serie de relatos cortos, que con el tiempo se convirtieron en un clásico de la literatura universal, Pinocho, se supone tiene la inocencia y sensibilidad infantil, aunque sin consciencia debido a su esencia de objeto. Su historia es tan caótica, que antes que Collodi decidiera recomponer los capítulos que había acumulado para hacer un libro tipo novela, lo mató un par de veces, quizá por la personalidad de este autor, que se asume como italiano –en realidad odiaba los niños, nunca se casó ni tuvo hijos– que tal vez al igual que su criatura, también era tímido, acomplejado y extremadamente sensible. El mayor deseo de Pinocho era poder ser un niño de verdad, de carne y hueso, y por supuesto en una búsqueda constante de la propia identidad.

El auténtico Pinocho no se circunscribe a la idealización de Disney, pues aún sin profundizar nos muestra sus debilidades, entre ellas la de mentir. La mentira tiene diversas acepciones y consecuencias según la cultura de que se trate.

En países sajones, el mentir en sí mismo es más grave que el hecho que se oculta. Para los estudiosos de la conducta y las fases del desarrollo, mentir es una etapa “normal” en la primera infancia, debido a la no muy clara identificación entre lo real y lo imaginario. Aprender las consecuencias de las mentiras, entre otras, enseña que puede convertirse en dependiente de quienes saben de sus engaños; si lo aprende a temprana edad, será el mejor camino para dejar de mentir.

Difícil es para un niño sin buena conducción sustraerse al carácter ingenuo, inocente y carente de educación, por ello es fácil de engañar y él mismo aprende a embabucar a otros; pero si esta etapa no se supera en el proceso normal de maduración, las consecuencias pueden ser incluso fatales. En la versión novelesca de Pinocho y lo adaptado por Disney en su obra de dibujos animados, no se nos dice qué hizo este niño de madera para crecer aun siendo de carne y hueso y lamentablemente hay muchas personas en el mundo que se quedan en esa etapa infantil y mienten con normalidad.

En diversos estudios, se ha explicado cuantas clases de mentiras podemos identificar e incluso se justifica el engaño –en los mexicanos, por ejemplo– debido a que pronto aprendieron que era una forma de salvarse de la muerte, cuando los que le sometían les obligaban cambiar sus credos.

Quién miente usa este recurso por estrés, angustia, dolor y hasta baja autoestima, y con el tiempo pierde la moral, amén de aumentar la propia angustia y la de quienes le rodean al saber que es un mentiroso. Es tan grave la mentira, que luego de aumentar la actividad de algunos lóbulos cerebrales, fisiológicamente propicia: aumento de la presión arterial, frecuencia cardíaca, respiratoria y hasta la sudoración.

Estas personas desarrollan historias que repiten sin cesar. En su intento de engañar, evaden preguntas, fingen emociones –ira, indignación, burla–, al grado de buscarse enfermedades como la mitomanía y por ello postergan decisiones que les hacen suponer darán lugar a rechazo o el castigo.

Tarde que temprano el castigo para los que faltan a la verdad es el ser descubiertos en sus fantasías que les hacen verse a sí mismos como poseedores de cualidades y éxitos excepcionales, que ellos repiten, pues terminan creyéndose sus propios inventos. Los mitómanos en su búsqueda de aceptación son vanidosos y arrogantes, huyen de su realidad llena de complejos y a veces actúan con una perversidad sin límites, utilizando sus engaños para robar o defraudar.

Muy difícil es que, en edad avanzada, aprendan el valor de la sinceridad: muchos mentirosos acaban por ser descubiertos y terminan encarcelados o fallecidos y casi siempre solos, pues al final nadie o muy pocos confían en ellos.

Cuando alguien dice la verdad, no muestra inconveniente en dar explicaciones, sin embargo, una persona que miente se enfadará y se pondrá a la defensiva ante el miedo a que le descubran. Un mentiroso consuetudinario dará mil vueltas a las cosas y hasta terminará culpando a quien lo enfrenta, acusándolo de no confiar en él. Hay conductas que parecen estar perdiendo su esencia, robar, envidiar, engañar pareciera que son comunes y aceptadas, “por eso estamos como estamos” se hizo famoso, en otras décadas. Hoy vemos como religiosos incitan a niños a gritar mentiras y hasta patear a un adulto de migración, para huir de un intento de evitar la explotación de mujeres e infantes. ¿Cuál es la salida?, ¿Qué haremos para rehabilitar a dichas personas?

*Abogada. Emprendedor social de Ashoka. Instituto para la Atención Integral del Niño Quemado (IAINQ)

**Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.


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