Soliloquio | Propósitos, trabajo y mundo Atalaya
“Pásele al chile, mole y pozole”
Christian M. Barraza Loera*
Vamos arrancando el año y aunque uno de mis propósitos es ser menos quejumbroso, no puedo evitar pensar que, así como iniciamos el año con nuevas y buenas intenciones, también lo hacemos cuando entramos a un nuevo trabajo, y más aún, cuando es nuestro primer trabajo.
¿Alguna vez vieron la película de “Elizabeth, La reina virgen” con Cate Blanchett? -Bueno, si no la han visto se las recomiendo-. Hay una escena donde la joven Elizabeth se reúne con su hermana, la aún reina María I (Tudor), y al despedirla le dice a su consejero: “échensela a los perros”, refiriéndose al grupo de hombres políticos que se encontraban en la sala, y que eran opositores a Elizabeth y a la religión que profesaba. La intención pues, era intimidarla, asustarla, acorralarla o que simplemente sintiera el peso del poder. Mi intención aquí es ejemplificar la sensación o tipo de emociones que provoca iniciar un nuevo proyecto, enfrentarse a lo desconocido o a un entorno donde ser el nuevo es intimidante. Es esa sensación de ser lanzado al ruedo sin siquiera saber si estás preparado para torear, esquivar los obstáculos o mover bien el capote.
Recientemente fui testigo del gran impacto que causó el cambio de kínder a primaria de mi pequeña sobrina, algo que evidentemente tuvo efectos anímicos y emocionales que nos obligaron a reestructurar un par de cosas en casa. Viendo esto, inmediatamente pensé en por qué yo no había sufrido de esa manera en los cambios al kínder, primaria, secundaria, prepa o licenciatura (aún lo recuerdo); pero, que tal cuando me enfrenté al mundo laboral, los berrinches de mi sobrina quedaron cortos. ¿Han visto la imagen tipo meme, donde un señor está siendo jalado por su madre, y él dice: ¡mamá no quiero ir a la escuela! Y ella responde: ¡pero tú eres el maestro!? Bueno algo así.
Bajo esa misma idea, hace unos días vi el video de una chica que se quejaba en su primer día de su primer trabajo. Entre sollozos, se cuestionaba si así serían todos los días: levantarse temprano; una hora para mal desayunar o comer y; perder al menos dos horas de viaje en el traslado de ida y vuelta, lo que le quitaría toda oportunidad de convivir con la familia y amigos, sin oportunidad tampoco para realizar algún tipo de distracción.
Los comentarios que recibió ese video y que no tienen ningún desperdicio, son otro golpe de realidad: “¡imagínate 30 años así!”, “¡huy! y eso no es nada”. [Silencio reflexivo]. Sin duda, la gran mayoría de nosotros hemos pasado por momentos de frustración como estos. Quizá no en el primer día de trabajo, algunos esperaron semanas o meses.
La pregunta aquí sería, ¿por qué tenemos esa frustración? ¿acaso nadie nos advirtió de que así sería? Acaso teníamos un trabajo idealizado al estilo empresa de Google donde tienen juegos de mesa, videojuegos, colores animados y sillones cómodos, donde todos sonríen y parecen felices como las portadas de la revista Atalaya.
O bien, ¿qué hace que los trabajos se conviertan en sitios insoportables? Vaya, no es necesario pensar demasiado. Para quienes no contamos con la fortuna de haber encontrado el trabajo ideal a nuestros veintes: aquellos con base y prestaciones. Nos hemos dado a la tarea de buscar oportunidades en donde parezca que hay más futuro; tomando de a dos o tres chambas a la vez: algunos freelance, otros por proyectos y en condiciones muy extremas lanzarse de chofer (le pasó al primo de un amigo).
Muchos de nosotros seguramente salimos con altas expectativas, deseosos de comernos el mundo, pensando que las ofertas de trabajo iban a llegar hasta la puerta de nuestra casa (así como los Testigos de Jehová), o que el trabajo sería ese sitio donde encontraríamos personas increíbles dispuestas a favorecer nuestro crecimiento profesional. ¡Ven como si parece una portada de revista Atalaya, sólo faltaba tener un león domesticado!
Bueno, no siempre se logra esa expectativa y seguro estoy que no es una situación propia de Zacatecas; pero, basándonos en los traumas de la infancia donde nadie nos enseñó a: poner límites; a decir no; a dar las gracias y recoger nuestra dignidad antes de que se convierta en una situación insostenible, decidimos (no generalizo pero a muchos nos pasó) permanecer en esos tristes primeros trabajos pensando que quizá aún nos faltaba algo por aprender, creímos incluso que éramos indispensables, que teníamos que agarrar más experiencia y aguantar mínimo un año, así Andy en “El diablo viste a la moda”. Sin embargo, con el tiempo uno se da cuenta que, en la mayoría de las empresas todos somos reemplazables.
Me gustaría decir que esas desilusiones o golpes de la vida los sufrimos sólo en el primer trabajo, pero no. A muchos les pasó que sufrieron igual en el segundo y en el tercero, justo porque no existe en nuestro mapa mental poner límites. Cualquier parecido con las relaciones tóxicas de los/las/les exes es mera coincidencia.
Según lo platicado con amigos e investigaciones científicas de la Universidad Científica -o sea, datos no comprobados-: lo que actualmente hace que finalmente se deje un empleo, independientemente de los problemas personales que se puedan presentar, es y será un ambiente tóxico generado por un mal liderazgo; y cuando digo mal liderazgo no me refiero a alguien que no tenga autoridad sobre sus trabajadores, sino a alguien que no sabe cómo manejar su autoridad y menos manejar a sus empleados, porque simplemente no conoce a su equipo; a alguien que pide que se pongan la camiseta cuando no sabe ni de que talla son; a alguien que exige resultados cuando ni siquiera sabe las necesidades de la empresa; a alguien que ostenta un puesto de dirección y que olvida dirigir, bueno y entre otras cosas más como quienes implementan el acoso laboral en horas no laborales sólo porque creen que pueden. Ejemplo sobran.
Seguramente a muchos de nosotros nos ha pasado que nos encantaba un trabajo, pero lo tuvimos que dejar por este tipo de razones; incluso, hay trabajos que definitivamente son exigentes, pero con buena dirección se puede seguir adelante. Ya sé que muchos dirán: ¡no pues ya no aguantan nada! En cuestión de trabajo creo que no está de más pedir dignidad y respeto. Como en las relaciones amorosas ¡Digo!
El otro lado de la moneda (sin generalizar), es que si encontramos personas como la chica del video que comenté antes, quienes tienen poca tolerancia al estrés, y por ende, nunca se han enfrentado a la solución de problemas porque seguramente alguien lo ha hecho por ellos, entonces la cuestión supera la situación de la empresa y son los individuos quienes tienen que replantear su situación, es decir, checar sus habilidades y encontrar un trabajo que se les acomode.
Sin asustarnos e ir más lejos, creo que es completamente natural, válido y coherente tener este tipo de frustraciones, es el paso obligado que todos debemos dar a la vida de “adultos” responsables, que también hay quienes evaden esta responsabilidad por muchos años: por un lado, los que deciden una vida hippie pachamamezca “fuera del sistema”, y otros que vivimos creando proyectos para instituciones dedicadas a la investigación y difusión del conocimiento alias “tía cony”.
En verdad no es fácil dar ese paso donde tu tiempo ya no es tan tuyo, donde tu dinero ya no es tan tuyo; donde para complacer un estándar social conforme a tu edad empiezas a hacerte de deudas; es un paso bastante fuerte que sin duda te lleva a un estado distinto de madurez. (Y no estoy hablando de tener hijos, eso es un tema aparte)
Me vienen a la menta dos amigos. Uno de ellos, empezaba su primer trabajo y aún le costaba sentir el compromiso que ello conlleva, es decir, el tiempo que antes se dedicaba a socializar debía ahora dedicarlo a terminar proyectos, provocándole una seria sensación de ansiedad y depresión. Mientras tanto, una amiga que me vio en un momento evidentemente infeliz en uno de mis trabajos (porque he tenido varios, y no porque me corran, sino porque soy multitask), me dio el mejor consejo que alguien me ha dado: ¡No eres un árbol, muévete! Si no estaba agusto ahí, podía entonces encontrar otro, lo cual hice, descubriendo que cuando uno cierra algunas puertas, nuevas oportunidades llegan.
*Historiador, docente, investigador de minorías religiosas, a veces podcaster y liberal: multitask
Correo electrónico: crisbalo1984@gmail.com
Facebook: Christian Chichimeca Barraza