Soliloquio | El placer del “chisme” histórico

Soliloquio | El placer del “chisme” histórico

“Recuerden que no somos chismosos, sólo nos encanta analizar procesos de la microhistoria”

Christian M. Barraza Loera*

 

Hace años, la mamá de un amigo aseguraba que mantenía a su madre con vida gracias al chisme; y miren que la señora vivió hasta los 101 años, comprobando posiblemente dicha hipótesis.

Según los estudios científicos de la Universidad Científica, el chisme tiene varios beneficios, a saber: aumenta la oxitocina, o sea, la “hormona de la felicidad”; relaja, casi igual que hace yoga; es un mediador social al informar sobre la moralidad pública; sirve para socializar; permite aprender de las experiencias de otros y, ayuda a identificar puntos de acuerdo. Entonces, claramente dicha señora se mantuvo feliz durante buena parte de su tercera edad, a la vez que ejercía las frases típicas del chisme: “¡Quién soy yo para criticar!”, poniendo su moralidad sobre la de los demás.

Regularmente huimos de personas que identificamos como chismosas, o bien, moderamos nuestras palabras frente a quien consideramos como tal. Ahora que, si no lo identifican, puede que sea usted amable lector quien padezca o ejerza esta habilidad, que dicho sea de paso, no hay que confundirla con el “rumor”. Este último carece de fiabilidad por no contar con el respaldo de las fuentes. No es lo mismo decir, ¡escuche por ahí que...! A decir: ¡Weeeey, deja te cuento el tremendo chisme del que me acabo de enterar! (Léase con la misma intención que utilizan al contar un chisme)

Aceptémoslo, nos gusta el chisme, o al menos estar bien enterado de lo que sucede a nuestro alrededor para saber si debemos regular nuestros movimientos, palabras o acciones, lo que nos permite incluso saber en quien se puede o no confiar.

Pensemos en el chisme como parte de una investigación con rigor metodológico: hay reconstrucción de escenarios, se citan las fuentes de donde se obtuvo la información y en caso de no hacerlo, podemos caer en la falsedad y poca confiabilidad de lo dicho; se mantiene un ritmo entre las palabras y las facciones para dar mayor peso o ligereza al suceso, e incluso, se puede tener un respaldo teórico cuando ejemplificamos un hecho con lo dicho en una canción, la historia de una película, con una frase popular o la típica: “como decía mi abuelita…”.

Entonces, apreciable lector, usted creerá que el que escribe justifica, respalda y promueve el chisme; pues sí, siempre y cuando no sea el que se acompaña de intriga e intenciones mal sanas, es decir, ese que crea conflictos, contra puntea amistades, familias o centros de trabajo; ese que crea ambientes tóxicos o que incluso provoca o influye en acciones donde otros salgan perjudicados. Dejando esto puntos de lado, he de aclarar que mi gusto por el chisme es meramente académico por ser historiador.

Los historiadores nos alimentamos de registros dejados en piedras, documentos, periódicos, imágenes, arquitectura, el arte en general o la oralidad (lo que la gente cuenta, el “chisme” pues). Todo esto nos permite crear hipótesis que después se formarán en chismes con rigor científico. Hay historiadores amantes del chisme novohispano, de la independencia, del periodo de la Reforma, del porfiriato, de la revolución, del Maximato, del siglo XX, de los chismes en el arte, en la política, en la economía, en instituciones como la Iglesia, en las festividades populares, en movimientos sociales, etc.

Ahora, usted se preguntará ¿para qué nos sirve saber esos chismes del pasado? Bueno, dejando de lado la frase típica y reproducida una y otra vez que dice: “el que no sabe su historia está condenado a repetirla”, yo diría que, el conocimiento de esas historias o chismes del pasado nos permiten tener identidad, reconocernos como ciudadanos de un estado, de una nación o algo más cercano, apropiarnos del “barrio”: sitio bien delimitado que conforma la primera patria y donde se construyen los primeros rumores o chismes de los que somos partícipes.

Finalmente, recuerde afable lector, que mientras usted fomente, difunda, construya o alimente un chisme, está siendo un historiador oral del presente; mientras que, si sus opiniones quedan plasmadas en un documento o incluso en las redes sociales, pasará a fomentar las fuentes de las que otros historiadores en su momento podrán hacer uso. Recuerden que no somos chismosos, sólo nos encanta analizar procesos de la microhistoria.

 

*Historiador, docente, investigador de minorías religiosas, a veces podcaster y liberal: multitask 

Correo electrónico: crisbalo1984@gmail.com

Facebook: Christian Chichimeca Barraza

 

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