Reflexionando el Evangelio | Compartir el pan
XVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados,
hasta que se saciaron”
Juan, 6,1-15
No hay gesto más esperanzador que sentarse a la mesa con los suyos para compartir el pan. Cuando los invitados son personas que no están en la lista de amigos y familiares, el gesto adquiere un sabor trascendente: la mesa se convierte en templo de fraternidad y altar que continúa el saludo de paz eucarístico. Entonces compartir el pan se hace sacramento y la mesa común profecía de un mundo fraterno, más humanizado.
Durante cinco domingos iremos escuchando el plan maravilloso de Dios que incluye no sólo la necesidad de compartir el pan sino también a Jesucristo, pan vivo, el único capaz de saciar toda hambre y calmar la sed más profunda del ser humano. La Eucaristía y el Evangelio del Señor siempre son y serán buena noticia.
En el texto de hoy encontramos los elementos básicos que preparan y disponen lo necesario para que el gesto del compartir llegue a ser fuente de vida en este tiempo y hasta la eternidad. El escenario donde Juan sitúa la multiplicación de los panes es la montaña y una multitud de gente necesitada y hambrienta.
Montaña y gente necesitada son dos realidades que pueden atraerse e implicarse. Dios, nuestro Padre, no obliga a sus hijos a subir a la montaña, ni a buscarlo. El gesto de invitarlos a sentarse para comer es un signo de libertad y de seres con dignidad. Por eso, la fe en Dios cuando es auténtica dignifica y hace posible el milagro permanente de la multiplicación…
Ni la fe, ni el milagro son cosa de magia. Jesús interactúa con Felipe y Andrés, en el texto que escuchamos. Pide opinión a Felipe y atiende la agudeza de fe de Andrés. Jesús "sabía lo que iba a hacer", añade el evangelista… Partir, compartir y repartir el pan es asunto tan importante que involucra necesariamente a los discípulos en comunidad.
“Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados"… Cuando la fe en Dios se hace amor concreto hay soluciones a la vista… Jesús sabía lo que iba a hacer y lo sigue haciendo... El amor de Dios no tiene límites, alcanza para todos… Nosotros pensamos en sumar y restar; Dios, en cambio, en multiplicar. El milagro de los panes y los peces se hace cada día en la mesa/hogar familiar, en la Eucaristía, siempre que compartimos con la gente más necesitada… Jesús parte de lo poco o mucho que tenemos para hacerse presente en las mesas de la vida.
Con razón nuestros padres/catequistas nos han enseñado a participar asiduamente en la mesa de la Eucaristía y a pedir el pan nuestro de cada día. Cuando todo esto sucede, el cielo nuevo y la tierra nueva son realidad visible del Reino de Dios en medio de nosotros. Entonces, compartir el pan se convierte en gesto divino.
Los bendigo desde el altar del templo parroquial de Granados, Sonora, mi pueblo de origen... Y desde la mesa del hogar que Pablo y Josefina formaron hace setenta y nueve años.
+ Sigifredo
Obispo de /en Zacatecas