Pasión por el deporte | Los tres autos del deportista (Parte 2)
“El deportista nato jamás debe conformarse con lo que sabe hacer…”
José Ortega*
La práctica deportiva es una forma de trascendencia, una lucha por superar los límites. No es la única, ni probablemente la más fundamental. El deportista nato jamás debe conformarse con lo que sabe hacer, con las marcas y registros que posee; debe aspirar a más, anhelar mejorar, aunque sea muy poco y, precisamente, para conseguir tal fin debe entrenar y esforzarse.
Todo deportista desea averiguar dónde se encuentran sus fronteras de lo humanamente posible y se desplaza a esa frontera como desplaza su horizonte a cada paso o meta que logra, va ampliando cada una de sus posibilidades sin cesar. Y al trascenderlas, se trasciende a sí mismo.
El deporte sin duda ayuda extraordinariamente a llegar a ese punto. El deportista al tratar cada día de superar sus límites se hace consciente de que él mismo es su propio límite.
Sin lugar a duda, un deportista debe valorar su rendimiento, juzgar sus actuaciones y tomar decisiones en virtud de sus resultados. Esto significa que debe ejercer su autocritica, entendiendo la crítica como el arte de discernir, de separar, de distinguir lo valido de lo que no es.
La autocrítica en el deportista no debe tener jamás un aspecto corrosivo. Debe identificar sus propias debilidades, que le haga ver sus carencias, pero, simultáneamente, tiene que hacerle ver sus valores, sus potencialidades y sus capacidades. La autocrítica corrosiva es, tanto desde el punto de vista moral como emocional, perjudicial por minar su autoestima a causa del resentimiento y del sentimiento de inferioridad.
La autocrítica es legítima moralmente cuando se ejerce y se aplica a sí mismo mediante un buen juicio crítico. El deportista debe someter su desempeño a críticas constructivas y no, como represalias cuando le indican o se percata de sus defectos y debilidades. Sin duda está expuesto a opiniones externas de igual forma, pero deberá estar siempre abierto con el fin de mejorar. Esta capacidad de recibir críticas y de criticarse a sí mismo es lo que al final, le confiera un crecimiento como deportista.
Cuando advienen las derrotas, la tendencia habitual es buscar las responsabilidades fuera de sí mismo. Es fácil que impute responsabilidades a los demás sin elaborar una autocrítica personal. El buen deportista debe tener la capacidad de aceptar las críticas y sobrellevarlas en dirección correcta. El temor a fracasar, a ser expulsado y el miedo a la crítica pública lo conducen muy frecuentemente a buscar las responsabilidades fuera de sí.
Lo que el deportista exige a otros, debe exigírselo a sí mismo, porque solo de ese modo puede llegar a ser ejemplar para quienes lo siguen. Quienes lo observan estarán atentos a sus equivocaciones, contradicciones y sus incongruencias y no dudarán un instante en denunciarlas si se dan.