Pasión por el deporte | Los tres autos del deportista
“El deporte es una escuela de vida y una fuente inagotable de recursos para desarrollarse integralmente”.
José Ortega Ramírez*
Cuando me refiero a los tres autos del deportista para lograr comprender de manera autónoma la verdadera esencia del deporte y que sin lugar a duda es el autococimiento, la autotrascendencia y sobre todo la autocrítica.
Desde mi particular punto de vista, no existe nada que desde edades tempranas ayude tanto a un deportista a conocerse a sí mismo como la misma práctica del deporte.
Muchas veces se cree que el proceso de autoconocimiento es un trabajo puramente intelectual que requiere de tranquilidad física y de aislamiento del mundo, pero este tópico no responde, para nada, a la realidad.
El deporte permite conocer realmente al deportista cuáles son sus propias posibilidades y necesidades en un momento dado. Enfocado en esta dirección, el deporte es una escuela de vida y una fuente inagotable de recursos para desarrollarse integralmente. Utilizo la expresión integral porque no existen muchas actividades que logren combinar las tres dimensiones necesarias para ser una persona completa: la física, la mental y la emocional. El deporte potencia la física gracias a la disciplina, la mental gracias a la creatividad táctica y estratégica, y la emocional gracias al amor por la disciplina que realiza, pero las desarrolla de un modo simultáneo, en perfecta interacción y armonía.
El deporte es movimiento y acción. Es vida. Un deportista se mueve en dirección hacia lo que desea conseguir. Entrena, se esfuerza, sufre y goza. Al final del camino puede que logre el resultado deseado, pero independientemente de ello durante el proceso ha cambiado, ha aprendido, ha experimentado, en definitiva, ha vivido. Todo ello lo ha conseguido gracias a que practicando deporte ha aprendido a autoconocerse.
El deporte logra, de esta manera, que comience a tomar conciencia de su cuerpo, de sus movimientos y de sus sensaciones. A medida que pasa el tiempo va adquiriendo más habilidades y capacidades y querrá ser mejor cada día. Entra en juego entonces la parte del autoconocimiento. El deporte le obliga a tener que conocerse a sí mismo si desea mejorar.
Entonces poco a poco, comienza a desarrollar las capacidades de observación, análisis y reflexión para poder mejorar. Para él es un juego, lo realiza sin darse cuenta, pero el deporte ya lo está educando, formando y ayudando a crecer. Algunos llegarán a ser profesionales y otros harán deporte de manera amateur. No importa. La esencia y la enseñanza están ya dentro de él y lo acompañarán siempre.
La práctica deportiva es una forma de trascendencia, una lucha por superar los límites. No es la única, ni probablemente la más fundamental. El deportista nato jamás debe conformarse con lo que sabe hacer, con las marcas y registros que posee; debe aspirar a más, anhelar mejorar, aunque sea muy poco y, precisamente, para conseguir tal fin debe entrenar y esforzarse.
Todo deportista desea averiguar dónde se encuentran sus fronteras de lo humanamente posible y se desplaza a esa frontera como desplaza su horizonte a cada paso o meta que logra, va ampliando cada una de sus posibilidades sin cesar. Y al trascenderlas, se trasciende a sí mismo.
El deporte sin duda ayuda extraordinariamente a llegar a ese punto. El deportista al tratar cada día de superar sus límites, se hace consciente de que él mismo es su propio límite.
Sin lugar a dudas, un deportista debe valorar su rendimiento, juzgar sus actuaciones y tomar decisiones en virtud de sus resultados. Esto significa que debe ejercer su autocritica, entendiendo la crítica como el arte de discernir, de separar, de distinguir lo valido de lo que no es.
La autocrítica en el deportista no debe tener jamás un aspecto corrosivo. Debe identificar sus propias debilidades, que le haga ver sus carencias, pero, simultáneamente, tiene que hacerle ver sus valores, sus potencialidades y sus capacidades. La autocrítica corrosiva es, tanto desde el punto de vista moral como emocional, perjudicial por minar su autoestima a causa del resentimiento y del sentimiento de inferioridad.
La autocrítica es legítima moralmente cuando se ejerce y se aplica a sí mismo mediante un buen juicio crítico. El deportista debe someter su desempeño a críticas constructivas y no, como represalias cuando le indican o se percata de sus defectos y debilidades. Sin duda está expuesto a opiniones externas de igual forma, pero deberá estar siempre abierto con el fin de mejorar. Esta capacidad de recibir críticas y de criticarse a sí mismo es lo que al final, le confiera un crecimiento como deportista.
Cuando advienen las derrotas, la tendencia habitual es buscar las responsabilidades fuera de sí mismo. Es fácil que impute responsabilidades a los demás sin elaborar una autocrítica personal. El buen deportista debe tener la capacidad de aceptar las críticas y sobrellevarlas en dirección correcta. El temor a fracasar, a ser expulsado y el miedo a la crítica pública lo conducen muy frecuentemente a buscar las responsabilidades fuera de sí.
Lo que el deportista exige a otros, debe exigírselo a sí mismo, porque solo de ese modo puede llegar a ser ejemplar para quienes lo siguen. Quienes lo observan estarán atentos a sus equivocaciones, contradicciones y sus incongruencias y no dudarán un instante en denunciarlas si se dan.
*Escritor e instructor profesional en ciencias aplicadas al futbol.
Facebook: José Ortega Ramírez
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