La familia | La mansedumbre

La familia | La mansedumbre

“La mansedumbre es un adorno del alma”

Susana Sánchez*

Las virtudes de convivencia son aquellas que nos permiten tener una sana relación con los demás, lo cual, en el ámbito de la familia resulta indispensable para ser felices y desarrollarnos todos.

La mansedumbre es la virtud que modera la ira y sus efectos desordenados, es parte de la templanza que nos ayuda a evitar movimientos desordenados de resentimiento o rencor por el comportamiento de los otros.

Aparece junto con otras cualidades como el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe y la apacibilidad. Se manifiesta especialmente en la disposición de las personas a ceder sus propios derechos por amor a los demás. La familia tiene específicamente esta característica de la donación sin condiciones siendo muy suaves y benignos en el trato con los nuestros.

Enseñar a nuestros hijos a ser mansos implica darles la oportunidad de ser enseñables y dispuestos a aceptar la disciplina que los lleve a un sano desarrollo. Es mostrarles que ser manos no significa ser débiles, dejados o manipulables, no es sinónimo de pasividad ni acostumbramiento sino por el contrario, implica aprender el dominio de sí mismos, a saber regular sus emociones y canalizarlas hacia lugares correctos.

Hay que puntualizar que la mansedumbre no es un valor que a los seres humanos se nos dé fácilmente, no es una disposición natural en sí misma, sino que nos cuesta trabajo adquirirla y podemos fallar muchas veces al querer practicarla. La cultura actual no enseña que quien es manso no tiene un valor dentro de la sociedad y esto es totalmente falso; quienes son mansos y humildes son quienes suelen tener una gran fuerza interior que les permite poner su voluntad y sus reacciones bajo el control de sí mismos con total confianza, con señorío y a la vez con serenidad.

La mansedumbre nos lleva a aceptar que lo que pasa en nuestra vida es para nuestro propio bien, sin ser conformistas, pero sí conformes con nuestra vida y nuestras circunstancias, siendo capaces de que todo es aprendizaje y que las experiencias nos capacitan para ser mejores.

El manso deja atrás los arrebatos emocionales y tiene el dominio de sus emociones, muestra entereza de carácter y fuerza para controlar sus impulsos, no especula ni se toma nada personal, elige sus batallas y deja pasar las cosas sin importancia, sin callarse ante lo que está mal o es injusto dándole su justa dimensión.

Además, la mansedumbre protege el corazón de la amargura porque nos ayuda a no ser tan sensibles por todo, nos enseña a respetar y valorar a los demás sin verlos como enemigos y nos muestra el camino de la felicidad.

Espiritualmente hablando, la mansedumbre nos hace crecer en la confianza en Dios, surge de lo más íntimo de nuestro ser y nos capacita para que se cumpla su voluntad en nuestra vida, de manera que sabemos que las cosas que nos pasan nos llevan a un estado de mayor disposición de humildad y de aceptación.

El sabio de verdad es manso y humilde, es fuerte, es tranquilo e impasible, es, en definitiva, quién podrá vencer los obstáculos con sabiduría, templanza y serenidad, y a esto hay que añadir que la mansedumbre nos ayuda a permanecer firmes en situaciones difíciles, a ayudar a los demás, a ser más efectivos y mucho más felices.

 

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