La familia | El hogar, cuna de la hospitalidad
“La gente olvidará lo que dijiste, olvidarán lo que hiciste, pero nunca olvidarán cómo los hiciste sentir”
Susana Sánchez*
Todos tenemos claro que la familia es una figura de ejemplo, la primera escuela de valores y un lugar de constante aprendizaje, donde todo lo que vivimos va conformando nuestra vida, nuestra personalidad y nuestros principios y valores.
Una de las formas en las que, de manera natural podemos enseñar una actitud de servicio y enseñar a nuestros hijos la generosidad, es mediante la hospitalidad, que según la RAE es la “virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos o desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades”.
Etimológicamente hablando, la hospitalidad se traduce del griego “filoxenia”, que literalmente significa amor o bondad a los extraños, en latín, “hospitare” es recibir como invitado.
En este contexto, en la antigua Grecia, la hospitalidad era un deber sagrado, consistente en acoger al extranjero, ofreciéndole comida, techo e incluso regalos a quien hospeda, como símbolo de reconocimiento.
En la Odisea, se cuenta la llegada de Odiseo a la isla de los Cíclopes, donde se narra que éstos no deseaban recibir a nadie, eran pastores salvajes, soberbios y que no veían las necesidades de los demás, característica fundamental al hablar de hospitalidad.
Entonces, en narraciones que van desde la Odisea hasta la Biblia se reconoce a un pueblo civilizado y piadoso como hospitalario. Las personas hospitalarias reciben un sinfín de bendiciones y privilegios al compartir sus bienes y abrir las puertas de su casa y de su corazón a quienes reciben.
Donde no hay hospitalidad impera la indiferencia, la falta de sociabilidad, la negación a ver –como los cíclopes, que solo tenían un ojo– las necesidades del otro. También habla de falta de caridad, nos deshumanizamos y dejamos de estar atentos a los sufrimientos de los demás.
Filosóficamente hablando, la hospitalidad supone una concepción del hombre como un ser abierto, dispuesto a recibir lo que la realidad o el prójimo le ofrece.
Es, además, el reconocimiento de la identidad del huésped y del anfitrión como iguales, con necesidades y con respeto, donde ambos se enriquecen. Es también apertura, sabernos necesitados y capaces de dar y donar.
Acoger a alguien en casa supone siempre ordenarla, hacerla acogedora, disponerla para que, el que llegue, se encuentre a gusto, como solemos decir, se encuentre “como en su casa”.
La familia es el sitio donde mejor podemos aprender la hospitalidad; ésta se puede dar a partir de pequeñas acciones como prestar especial atención al respeto por los que llegan, hacer todo lo necesario para que las personas se sientan acogidas y bienvenidas, en lugar de extrañas o inesperadas, preparar con esmero y cariño detalles personales para los visitantes, esforzarse por crear una comodidad hogareña y demostrar alegría al recibirlos.
Una manera fácil de aprender a ser hospitalarios sería el pensar cómo nos gustaría que nos recibieran a nosotros, qué detalles de cariño nos hacen sentir que somos bienvenidos y qué lenguajes del amor utilizamos al comunicar a los demás nuestro afecto.
Y como todas nuestras actitudes en familia comunican, si nosotros nos esforzamos en ser hospitalarios, seguramente nuestros hijos también serán, en el futuro, excelentes anfitriones, personas generosas, abiertas, dispuestas a reconocer las necesidades de otros y felices de recibir en sus casas a quienes lo necesiten.
*Maestra en Educación Familiar
**Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores