La familia | El egoísmo y sus repercusiones en el ambiente familiar
“Todo hombre debe decidir si caminará a la luz del altruismo creativo o en la oscuridad del egoísmo destructivo”
Susana Sánchez*
En la actualidad nos enfrentamos a una sociedad donde predomina el individualismo, la superación del yo, los proyectos personales, el egoísmo y el anteponer el yo a los demás. Todo esto ha traído a la familia maneras de vivir difíciles de erradicar y que afectan negativamente, tanto la dinámica familiar como el desarrollo personal.
¿Pero vamos por partes, que es el egoísmo y como actúa una persona egoísta? La palabra egoísmo está compuesta por los vocablos latinos “ego” yo e ismo “tendencia”, un yo que se toma como punto de partida para todo lo que se cree, se hace y se desea y espera de la vida. El egoísmo, como emoción negativa y contaminante perjudica el bienestar emocional de quien lo sufre y también de los que lo rodean.
El egoísmo tiene su esencia en el interés por el propio yo, anteponiendo sus intereses a los de los demás, incluso si esto perjudica a las otras personas. Sus necesidades, proyectos, ideas y actuaciones son más importantes que ninguna otra y esto lleva a no respetar al otro, a pasar por encima de él y lo coloca en una posición de desigualdad, colocándolo encima de todos.
En filosofía se reconocen tres tipos de egoísmo: el egoísmo egocéntrico, el egoísmo consciente y el egoísmo altruista, los cuales se refieren al modo de vivir y en referencia a las conductas que motivan nuestros actos.
Así, el egoísmo egocéntrico se refiere a aquel comportamiento que nos lleva a saciar únicamente nuestro propio interés. El egoísmo consciente es aquel en donde nos hacemos responsables de nuestra propia felicidad, buscando las herramientas necesarias para realizarnos, sanar nuestra autoestima y fortalecer la confianza en nosotros mismos. Por último, el egoísmo altruista es el que surge después de experimentar el egoísmo consciente y en el que disponemos de todo lo que necesitamos para sentirnos completos, experimentando alegría y gratitud por estar vivos, es cuando confiamos en nosotros mismos y en la vida.
El problema surge cuando nos quedamos en el egoísmo egocéntrico. La persona egoísta es inmoderada, con un exacerbado amor a sí mismo, lo cual le lleva a una preocupación excesiva por sus propios deseos sin que considere los de los demás. El egoísta tiene una predisposición psicológica a comportarse de manera que cubra sus necesidades y satisfaga sus intereses.
Erich Fromm en su libro El arte de amar ofrece una excelente descripción de cómo son estas personas. “La persona egoísta contempla las necesidades de los demás en un plano muy lejano. Resolverlas, o ayudar a resolverlas, en muy pocos casos, será una opción.
Desea todo para ella y no siente placer en dar, sino únicamente en tomar.
Tienen un punto de vista muy personalista y restringido de su mundo exterior.
Difícilmente va a ser capaz de querer a otra persona por otro motivo que no sea la medida en la que esta resuelve sus necesidades o anticipa que puede hacerlo en un futuro”
Así pues, el egoísmo, al ser contrario al espíritu de benevolencia, bondad y humanidad que debe existir en el núcleo familiar afecta y lastima de manera contundente a todos los miembros de la familia, donde debe prevalecer la generosidad, la entrega, el servicio y la donación, propios del amor verdadero, que es el que se vive dentro de una familia.