La Familia | El don de discernimiento

La Familia | El don de discernimiento

 “Confía en tu corazón, pero usa tu cabeza”

Frase Jesuita

 

Susana Sánchez*

El discernimiento es el juicio por cuyo medio percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas.

El término discernimiento se forma a través del sufijo en latín mentum que significa “medio o instrumento” y discernir que también proviene del latín discernere y expresa “distinguir o separar”.

En este tenor, el discernimiento es la facultad humana que nos permite diferenciar unas cosas de otras, sean ellas materiales o espirituales. El instrumento que se emplea para ello es la razón, y el resultado de emplear el discernimiento en la toma de decisiones conduce a que ellas sean más sabias y prudentes.

El discernimiento como juicio moral es la capacidad que posee una persona para certificar o negar el valor moral de una determinada situación, es la habilidad de juzgar sabiamente y ser capaz de escoger cuidadosamente entre muchas opciones.

La palabra discernir es sinónimo de juicio, perspicacia, saber distinguir, comprender, es decir, cuando una persona discierne algo debe de comprender, distinguir lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto y ser prudente en su manera de actuar.

Por otro lado, lo contrario de discernir es imprudencia, inocencia, insensatez, irreflexión. Se refiere a la persona que no es capaz de hacer un juicio cabal sobre la situación y sin apreciar las consecuencias de sus actos.

En la familia, el discernimiento nos permite ser capaces de escuchar, ver y sentir lo que ocurre en el corazón de los nuestros para tener una sana convivencia. Y no solamente percibirlo, sino reconocerlo, nombrarlo y hacer la diferencia entre los distintos sentimientos y emociones de los demás.

 

 

Distinguir y reconocer los movimientos de nuestra afectividad hace parte del discernimiento. La afectividad hace parte de la dimensión relacional del ser humano y es esencial para el discernimiento, este nos habla más bien a través los movimientos de nuestra afectividad. No se hace solo con la cabeza o solo con el corazón, hay que estar atentos, despiertos, a lo que sopla en el corazón humano y lo pone en movimiento.

 

 

No hay discernimiento en una familia sin silencio, sin escucha activa, sin análisis y sin un profundo conocimiento del corazón de los demás y del nuestro propio. Sin discernimiento no sólo somos ciegos a nivel personal sino también comunitario.

Discernir, como decía, no es reflexionar sino antes de todo escuchar lo que ocurre en nuestro corazón para elegir lo que nos conduce a la vida y descartar lo que nos conduce a nuestro propio mal. Todos tenemos idea de lo bueno y lo malo, el chiste es no acallar nuestra conciencia y darle paso a un profundo análisis de las cosas que nos pasan.

 

 

Por eso formarse en el discernimiento espiritual requiere una correcta formación de la consciencia.

 

 

El tiempo en el que vivimos nos exige desarrollar una profunda capacidad para discernir… discernir, de entre todas las voces que hay hoy en día, las que son correctas para nuestro bien y el bien de los demás.

 

 

*Maestra en Educación Familiar

 

 

*Las opiniones plasmadas son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura.

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