La familia | Educar en el sufrimiento
“El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro”
Susana Sánchez*
A propósito de la fecha, es oportuno reflexionar sobre el sentido del dolor y del sufrimiento. En las épocas que vivimos luchamos por desterrar el dolor de nuestra vida a como dé lugar, estamos llenos de proposiciones donde se nos ofrece el “parar de sufrir”, cada día aumenta la oferta de terapias, fármacos, cursos, programas y abundancia de consejos que nos prometen encontrar la solución a los problemas que nos llegan, a veces por montones.
Estas soluciones pueden servir momentáneamente, aunque casi todas generan en nuestra mente cada vez menos umbral del dolor, es decir, nuestra capacidad para soportar el dolor disminuye y nuestra tolerancia a la frustración se va haciendo cada vez más chiquita.
Existen dolores cotidianos que vienen con el diario vivir, son sufrimientos a veces imperceptibles que van desde levantarse sin ganas, dificultades en el trabajo o faltas de comunicación en la familia, contingencias sin importancia o incidentes menores hasta problemas realmente graves como accidentes, enfermedades, falta de trabajo o discusiones fuertes, todas circunstancias que nos abruman y de las cuales muchas veces no encontramos calmante que alivie la angustia de vivir.
Y es que nos han dicho que debemos exiliar el sufrimiento para poder ser felices, lo cual resulta una paradoja imposible de cumplir porque la vida no se presenta con todo resuelto y eso nos puede llevar a la desesperación. Es entonces cuando buscamos para nosotros y para los nuestros, soluciones fáciles que calmen el dolor de estar vivo, evitamos la realidad con paliativos que disminuyan o distraigan nuestro sentimiento y exoneramos a los hijos de las vivencias que templarán su carácter y fortalecerán su fuerza espiritual.
La clave para poder superar la adversidad está en educar en valores; algunas veces no podremos disminuir o evitar el dolor que nos causa alguna contingencia y es entonces donde entran los valores que aumentan nuestra resiliencia. Formar en la templanza, en la sobriedad, en la fortaleza y en la compasión cuesta, y es que crecer también cuesta y cansa, pero si no les decimos que las cosas cuestan entonces cuando corran por su cuenta y no podamos esquivar los golpes de la vida por ellos, les dolerá aún más, no aprenderán a vencer las dificultades ni tendrán experiencia alguna en superar las dificultades.
Debemos tener cuidado en no “dorarles la píldora” a nuestros hijos, tampoco se trata de hacerlos sufrir innecesariamente ni mucho menos hablar de lo lindo que es el sufrimiento, pero si debemos evitar hacerlos frágiles para enfrentar la difícil pero hermosa empresa de vivir la vida, una vida donde hay cicatrices, chichones y raspones, pero donde también existe la satisfacción de hacer de cada uno de ellos una herida de guerra que puedan mostrar con orgullo al final del camino.
Tengamos cuidado con convertir el hogar en una farmacia que calme todos los dolores, es mejor enfrentarlos y curarlos de raíz, sabiendo que existen y que llegan pero que se pueden sobrellevar y superar con paciencia y reciedumbre, sin hacer una tragedia griega de cada uno de ellos y viviéndolos con espíritu alegre, sabiendo tomar el toro por los cuernos y aceptando con paz la mortificación que llega sin preguntar. No se trata de evitar el sufrimiento a toda costa sino de aceptarlo e incluirlo como una riquísima vivencia de crecimiento personal.