Hablemos de seguridad… y algo más | Factores de riesgo y protección en la violencia contra las mujeres

Hablemos de seguridad… y algo más | Factores de riesgo y protección en la violencia contra las mujeres

“… y nunca puede faltar la cereza del pastel como la impunidad”

 

Diego Varela de León*

No cabe la menor duda que la vulnerabilidad de las mujeres ante la violencia es resultado de dos procesos sociales estrechamente vinculados donde podemos asociar las relaciones de poder entre mujeres y hombres que, con base en estereotipos y creencias sociales, colocan a las mujeres en una posición de subordinación respecto a los hombres.

Uno de los pilares de esa subordinación radica en la división del trabajo, pues mientras las mujeres suelen tener una mayor presencia en los trabajos de cuidado que no son pagados y muchas veces ni siquiera agradecidos, además de que seguimos en la creencia de que es considerado propio de ellas (quehaceres domésticos, crianza, cuidado de personas dependientes o enfermas, etc.), mientras tanto los hombres prevalecen en espacios de trabajo remunerado con mayor potencial para dotarlos de recursos, ingresos propios, acceso a créditos y bienes, seguridad social y redes sociales con capacidad económica y de obtener empleo, lo que los dota de mayor autonomía e independencia, en tanto que ellas suelen asumir, en mayor medida que los hombres, trabajos que no son reconocidos ni económica ni socialmente, lo que en una lógica neoliberal contribuye a la exclusión, empobrecimiento y falta de autonomía, por tanto, los recursos y capacidades de las mujeres son menores, así pues, en la violencia por motivos de género, las mujeres suelen ser víctimas porque socialmente los hombres mantienen una posición de superioridad respecto a las mujeres, y como hemos reiterado en distintos esbozos y derivado de varias definiciones, la violencia no es otra cosa más que un mal ejercicio de poder, y cuando el caso se da que los hombres sean víctimas de violencia, invariablemente los agresores suelen ser otros hombres.

Otro de los pilares fundamentales sin duda son las mismas instituciones sociales y jurídicas, las estructuras de poder, los espacios políticos o las tradiciones y normas socioculturales que no funcionan igual para mujeres y hombres, y suelen crear obstáculos para ellas, además que en no pocas ocasiones la violencia que se ejerce contra las mujeres suele minimizarse y no se considera grave, de hecho existen muchas expresiones de violencia que no se perciben como tales, ello sumado a la omisión o inacción de instituciones públicas, que exacerban la vulnerabilidad de las mujeres, un ejemplo de esta diferencia es la desigual participación de las mujeres en cargos públicos, que si bien ha aumentado y las leyes se han modificado para lograr esa paridad, también hay que aclararlo que ha sido muy lenta y en momento pareciera estancarse, pues el rezago que traemos arrastrando es de décadas atrás, y día con día se lucha por sepultar ese rezago y cristalizar el mismo porcentaje que tienen los hombres en estos espacios, tales discrepancias suponen una violación directa de los derechos políticos de las mujeres y pueden limitar sus derechos en otras esferas, sobre todo si se tiene en cuenta el papel central que desempeñan las cámaras nacionales y los órganos locales en la formulación, aplicación y supervisión de las leyes y presupuestos.

De lo anterior podemos referir algunos factores que incrementan la vulnerabilidad de las mujeres ante la violencia y la delincuencia tales como: ser pobre, ser joven, ser hablante de lengua indígena, registrar dependencia económica, registrar dependencia por discapacidad física o intelectual, ser migrante con documentación irregular, estar en reclusión, así como vivir en zonas con altos índices de marginación, habitar en zonas en las que operan redes de trata de personas y de delincuencia organizada, prevalencia de organizaciones escolares y laborales miopes a las desigualdades de género, y nunca puede faltar la cereza del pastel como la impunidad.

Asimismo algunos otros factores de riesgo asociados a la violencia contra las mujeres son: el machismo (conjunto de creencias, actitudes y conductas que manifiestan la superioridad del hombre sobre la mujer en áreas consideradas importantes para los hombres), abuso de sustancias (incluyendo alcohol) por parte de los padres o la pareja afectiva, pertenencia a grupos marginados o excluidos, limitadas oportunidades económicas (factor agravante para la existencia de hombres desempleados o subempleados, asociado con la perpetuación de la violencia que se traduce en riesgo para mujeres y niñas de abuso doméstico, matrimonios forzados, matrimonios precoces, explotación sexual y la trata), la presencia de disparidades económicas, educativas y laborales entre hombres y mujeres, el control masculino en la toma de decisiones familiares respecto a los bienes comunes, las actitudes y prácticas que refuerzan la subordinación femenina y toleran la violencia masculina, la falta de espacios físicos o virtuales de encuentro que permitan la libre expresión y comunicación por parte de mujeres y niñas, un limitado marco en aplicar la justicia y políticas para prevenir y hacer frente a la violencia contra las mujeres (agentes encargados de hacer cumplir la ley), la falta de sanción (impunidad) y atención (tratamiento) para perpetradores de violencia contra las mujeres, los bajos niveles de concientización por parte de los actores judiciales y los encargados de hacer cumplir la ley.

De lo anterior las consecuencias siempre serán inconcebibles y lamentables tales como: lesiones inmediatas como fracturas y hemorragias, así como enfermedades físicas de larga duración (por ejemplo, enfermedades gastrointestinales, desórdenes del sistema nervioso central, dolor crónico), problemas de salud mental como depresión, ansiedad, desórdenes de estrés post traumático, intentos de suicidio, abuso de sustancias (incluyendo alcohol), aislamiento social y marginación, pérdida de días laborales, baja productividad y bajos ingresos, reducción o pérdida total de oportunidades educativas, laborales, sociales o de participación política, feminicidios, y la exacerbación de desigualdades.

Si bien lo anterior deberá invitarnos a la reflexión y sobre todo a la acción, en un tema que pudiera parecer trillado no lo es, porque aún nos está pasando y la tarea de todas y todos sin duda estará en que logremos reducir esas brechas que por décadas hemos arrastrado hasta nuestros días y que de manera ordenada poniendo de manifiesta nuestra voluntad proactiva se podrán lograr mejores estadios para lograr mejores condiciones de igualdad y equidad entre hombres y mujeres en todas las esferas públicas, desde la educación, la autonomía económica de las mujeres y acceso a preparación de sus capacidades, crédito y empleo, así como el respeto irrestricto a las leyes y normas sociales que promuevan la equidad de género, de igual forma servicios que articulen respuestas con calidad y calidez (servicios judiciales, servicios de seguridad/protección, servicios sociales y servicios médicos) que cuenten con personal calificado y capacitado, así como disponibilidad de espacios seguros (refugios), y acceso a un grupo multidisciplinario de ayuda profesional (médicos, psicólogos, trabajadores sociales, abogados).


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