El caminante errante | Casimiro

El caminante errante | Casimiro

…Vayan las dos juntitas y pónganse bien aguzadas a ver si es cierto que resuella, porque si sigue viva, a lo mejor nomas la van a cuidar ustedes…

Sergio Ríos


-Pásale, Casimiro, ¿qué te quedas mirando a esa diable de mujer pecadora? 

-Buenas tardes, Federico. 

-Dispénsame, Casimiro pero esta mujer me saca de quicio. ¿Qué vas a querer?

-Dame un chocolate de metate que mi mujer trae antojo. Con este mendigo frio que pega en las noches como si mordiera los mendigos huesos dan ganas de algo caliente. 

-Aquí tienes.

-Vi que lidiabas con la Carlota.

-Sí, hombre: esa mujer no tiene perdón de Dios. Ya ves que hasta su madre tiene chueca la boca por esas mendigas vergüenzas que le hace pasar con su modo de ser.

-Ay, mi amigo, no sé si algún día tendremos el perdón de Dios mis hermanos y yo. Ahora que mientas a la madre de Carlota, este maldito recuerdo de mi madre no me lo quito por nada del mundo. Tengo un arrepentimiento que no te imaginas Federico.

-¿Pos qué te trais? 

-No tengo derecho ni de llamarle madre a la que me engendró.

-¿¡Adió!?

-Deja me desahogo contigo, mi amigo. 

-A ver, suéltalo.

-Antes, mucho antes, te estoy hablando de cuando todavía no ponían el empedrado de la Calle del Molino, ¿te acuerdas?

-¿Cómo no me voy a acordar? ahí era en donde uno se divertía rete harto.

-Ahi tienes que mi santa madre venía de llevar la semilla con mi tata. Cuando iba pasando por el pirul de los ahorcados, el Juvencio dejó salir a los perros, y el más grandón se le dejó ir a mi amá, la pescó del vestido y la tumbó. Su cabeza de mi amá chocó en el risco que quitaron despuesito. Ay. Pos la llevamos con el dotor, de urgencia, pero ya sabes tú que aquí en Santa Rosa de los Ríos casi nunca estaba y pos no lo encontramos. Mi amá iba toda pálida. Como no encontramos al dotor, la llevamos con la Concha y ella hizo lo que le decía dizque su corazón: le puso en la cabeza a mi amá unas mantas llenas de hierbas, y la hizo que bebiera unos tés amargos, creo que me acuerdo que les puso gordolobo, pero no me hagas mucho caso: no me acuerdo bien qué le dio. Lo que sí me acuerdo bien era que mi amá se quejaba. Después la llevamos a la casa. No me la vas a creer Federico, afigurate nomás, que ya no se movió ni habló, ni nada, ya nomás se quedaba mirando, yo creo que con odio: esa mirada de ella no era de amor. La cuidábamos yo, Ramona, Juana, Alfredo, Gloria y Salvador. Mi apá, ya ves que despuesito se nos murió de calentura. Y, pos, la mera verdá, nos cansamos de cuidar de mi amá. Aunque no estábamos con ella todo el día, pos nos cansábamos mucho. 


Una tarde, eran como las seis de la noche, se nos puso mal. Estaba comiendo caldito, de la nada tosió harto, y dejó de resollar.  Esa noche vinieron gentes del pueblo a velar a mi amá. Ya cuando se fue la mayoría de las gentes la Ramona corrió a decirnos que mi amá abrió los ojos, lueguito fue la Juana a ver si decía la verda, ¡y sí!, vino corre y corre a decirnos que mi amá abría los ojos y los cerraba. 

Vieras cómo me arrepiento Federico, no me la vas a creer pero me arrepiento.

-¿Pos qué dijiste?

-Yo les dije: "vayan las dos juntitas y pónganse bien aguzadas a ver sí es cierto que resuella, porque si sigue viva, a lo mejor nomás la van a cuidar ustedes".

Regresaron tomadas del brazo una de la otra, y pos nomás agacharon la cabezota, como diciendo que sí estaba muerta. Todos mis  demás hermanos supieron pero nadien hizo nada, ansina de cabezones fuimos,  con la que nos trajo al mundo y nos cuidó, asina le pagamos, asina de desgraciados. 

-No tengo qué decirte, Casimiro, eso que hicieron tú y tus hermanos es muy fuerte. Que dios tenga compasión de ustedes. Haz la lucha de ir a la iglesia a ver qué te dice el padre Dagoberto. 

-No. Asina me voy a quedar con mi dolor, nomás te platiqué a ti quién sabe por qué. No pa que me des consejos.

Adiós Federico. Voy a llevar el chocolate.


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