El caminante errante | Señorita Luz

El caminante errante | Señorita Luz

 

Conoce las historias de La tiendita de don Fede en el pueblo Santa Rosa de los Ríos, una serie de cuentos cortos que nos presenta Sergio Ríos Sandoval.

 

Sergio Ríos Sandoval*

 

-Don Fede, ¿tendrá estropajos?

-Señorita Luz, sí, mire nomás: esta vez vienen más grandes de lo normal.

-Deme cuatro, quiero tener algunos de repuesto. ¿Qué tiene Don Fede?, lo veo pensativo. 

-Nada, Señorita, bueno es que una clienta me platicó unas cosas que la verdad creo que me dijo puras mentiras.

-Fíjese, que eso de las mentiras es delicado, si uno dice mentiras o las provoca cuando menos se lo espera las verdades salen de la tierra. A mí me pasó, me fue muy mal, era apenas una niñita, pobre de mí, y pobre de mi madre. 

-Platíqueme, eso sí me interesó. 

-Mi padre, mi santo padre, apurado andaba. Ese día que nos fuimos pa la siembra, nos fuimos tempranito de madrugada a sembrar. Mi padre me dio mi morralito lleno de maíz para ir echando en la tierra. Yo iba al parejo de él metiendo la semilla una por una, mi padre iba rezando todo el camino para ver si Dios padre se apiadaba de él, pa que este año se diera una cosecha buena, como las de antenantes, como las que platican mis tías, que dicen que eran buenas en aquellos tiempos. Yo andaba cansada y aparte no me gustaba nada ayudar en esas tareas: para mí era como casi, casi un castigo. No tuve hermanos hombres y ya ve usted que yo fui la mayor. Mi padre me trataba como si yo fuera macho. Tenía mi morralito panzoncito de tan lleno que lo traía. Le pregunté a mi padre que cuanto rato íbamos a estar haciendo esto, él me respondió que hasta que se terminara la semilla.

Abrí mi morral y me dio coraje, íbamos a acabar muy tarde, y yo no aguantaba, ya me quería ir, entonces dejé que mi padre se fuera alejando de mí. Ya que estaba retirado me agarraron los nervios, me agaché, hice un hoyito grandoncito y dejé caer toda la semilla en ese lugar, si acaso dejé unas cuantas nomas pa hacerle como si estuviera sembrando. 

Después de unos cuantos minutitos me acerqué a mi padre y con nervios y con alegría fingida le dije a mi padre que ya había terminado. Mi padre me dijo, que bueno que le eché muchas ganas, prontito acabó también él. Nos fuimos rápido, mi madre ya nos esperaba con un atole de masa y unas gordas que hizo en el horno del corral. Unos meses después de lluvia, todo pasó normal. 

Una tarde llegó mi padre serio, muy enojado. Me miraba muy feo, no dijo ninguna palabra me agarró de la mano, a estirones me sacó de la casa. Mi madre detrás de nosotros preguntando qué era lo que pasaba. Mi padre no abrió la boca pa nada. Después de caminar un ratote llegamos a los barbechos: ¡qué bien se miraban los tres primeros surcos! Parejitos, bonitos.  Pero en el cuarto, a la mitad del camino se veía un hierbajalalal todo reborujado, todo feo. Amontonadas las plantas, unas arriba de las otras. Una cosa fea. Allí merito mi papá me dio tremendos fajillazos: todavía tengo las marcas en las nalgas, por el respeto que nos tenemos no se las enseño. Mi madre, mi pobre madre, quiso detener la furia de mi padre y también a ella le tocó un par de cabronazos. De allí nos fuimos directito a la parroquia, mi padre me baño en agua bendita y me metió al cuarto santo, el que está a lado del altar, donde está el cuerpo de la Santa Patrona “Santa Rosa de los Ríos”  y me puso frente ella. Mi pobre padre se comprometió en que dejaría para siempre la bebida si me quitaba la maldad que me manejaba. 

Por mucho tiempo no me hablaba, tenía miedo que se le contagiara mi maldad. Ya ve usted que hasta ni me casé, no conocí varón. Precisamente hace ocho días me dijo mi padre que gracias a Dios padre que le concedió el milagro que me quitara la maldad de mi corazón porque si no ¿quién se haría cargo de ellos ahora que ya están ancianos? Ya lo ve usted que yo me hago cargo de los dos. El problema es que ¿quién me cuidará a mí cuando ya no pueda valerme por mí? A veces pienso en que sigo teniendo mucha maldad. Pero bueno, ya me fui de largo don Fede. Ya me voy porque seguro ya lo estoy aburriendo con esta plática.

-¿Cómo cree que me va a aburrir con su plática? Yo creo que usted nunca tuvo maldad en su corazón, usted es muy buena persona. Ojalá que algún día encuentre a un hombre que la haga muy feliz.

-¿Un hombre? Ay, don Fede, ¿con la edad que tengo? casi le ando pegando a los cincuenta años. Ya no le pido a Dios padre un hombre, ya le pido un buen morir. Ya me voy, que pase buenas tardes.

-Ande usted señorita. Que Dios la bendiga.


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