El caminante errante | La Tiendita de “Don Fede” en el pueblo, Santa Rosa de los Ríos

El caminante errante | La Tiendita de “Don Fede” en el pueblo, Santa Rosa de los Ríos

“... así que, como ya le dije antes, aquí en Santa Rosa de los Ríos andamos algo preocupados por la Lupe. Bueno, nomás los que la queremos. Hay otros que segurito han de estar gozando la desgracia de esa probe mujer...”

Sergio Ríos Sandoval*

La tiendita de Don Fede es una serie de cuentos cortos basados en pláticas y relatos de personas diferentes de comunidades de municipios de Zacatecas; agregamos el toque imaginario y el sentimiento del Caminante errante.

A partir de hoy, los invitamos a que, cada domingo, nos acompañen a conocer las historias del pueblo Santa Rosa de los Ríos:

LA LUPE

-Mire a la Lupe, ahí se ve. Mire: sola. Y nadie se le puede ni siquiera acercar ni un poco. Es capaz de darle a uno un sopetón. La Lupe está así desde quien sabe cuándo y eso no me gusta ni tantito porque, mire usted, ella tenía buen porvenir, desde que estaba guajalilla, asina de chiquilla. Si usted la viera visto antes güero. Era otra ¡N’ombre! Estaba rechula y sus ojos le brillaban tanto como los primeros rayos del sol que le pegan a uno al amanecer. Esos tamaños ojotes, ya están apagados, quien sabe por qué. Yo le digo que si sigue así, que allá se las haiga. 

Volteó a una caja de cartón en la que tenía monedas. Tomó algunas de diferente numeración y le entregó al señor Jorge.

-Tenga su cambio-. Siguió platicando. -Así que, como ya le dije antes, aquí en Santa Rosa de los Ríos, andamos algo preocupados por la Lupe. Bueno, nomás los que la queremos. Hay otros que segurito han de estar gozando la desgracia de esa probe mujer. ¿Quién la mandaba? ¿Quién la mandaba? Irse de esa manera con el Jelipe, el hijo de Simón, ¡pue’que usted lo conozca! Es aquel que amaneció todo muerto, completito, abajo del encino, por el camino viejo. 

Unos dicen que murió de una picadura de alacrán, otros dicen que andaba borracho. A mí se me hace que su mujer lo envenenó. Esa señora es muy fea. El Simón creo que era el segundo matrimonio. A mí se me hace que hasta es media bruja. Cada que pasa por aquí, no me la va a creer, pero mire, por la virgencita de Guadalupe, que casi no vendo nadita. 

Pero como le decía, probe de la Lupe, dicen los dicenes que un día se le hizo fácil irse con el Jelipe sin la bendición de Dios. Nomás se arrejuntaron en el tecorucho que está por los maizales. Solo Dios sabe lo que pasaría la Lupe: el Jelipe fue por leña al monte como a eso de las 6 de la tarde y llegó ya como a las 9, todito agitado como si hubiera visto al demonio. Después llegaron los hijos de Patrocinio, José y Luis, los dos con sus pistolas. Sacaron al Jelipe y dicen que ahí mismo lo mataron, que disque se aprovechó de que estaba sola la casa de Patrocinio y se estaba robando una gallina colorada. 

-A sus órdenes… mire este frijol es del más bueno. ¿Cuánto le damos? ¿Un kilo? Tenga usted, tenga su vuelto, que pase buenas tardes.

-Ya le digo, cuando estaba a punto de salir con la gallina en sus manos, la María, la hija menor de Patrocinio, yo creo que había de tener unos 17 años, cuando el desgraciado del Jelipe le aventó una piedra en la mera maceta. La niña cayó p’al piso y desde ese momento la niña María no piensa bien, como que quedó destantiada. 

Cuando la Lupe se quiso regresar con sus ‘apás, pos no fue bien recibida. Ya iba preñada. Cuando nació la criatura, dicen los dicenes que a la Lupe ni le importaba si resollaba o no; dejó morir a la criatura, era un machito, no le daba de mamar y el probe murió, dicen que de hambre, y la Lupe dejó de hablar, de reír. 

Así la verá usted: siempre por las calles, sin sentimientos. De repente se la lleva un fuereño por ahí pa’l monte; le regalan unos centavos, mismos que se gasta aquí conmigo en puro mezcal de caña. Sabrá Dios cuál será el paradero de la Lupe. ¡Pero mire nomás qué desperdicio de mujer, mi amigo! 

Una vez vino un ruletero de esos que traen autos de motor, se quedó un par de días en el pueblo y hasta le compuso una canción de amores a la Lupe. Yo creo que la Lupe se morirá sola y triste, a menos que deje salir ese dolor que trae en las entrañas, pa’que llegue otra vez la luz a esos tamañotes ojotes que le adornan como si fueran dos capulines. 


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