El caminante errante | El Zenaido
…¿Te imaginas Zenaido? el dolor de tu pobre madrecita al saber que de sus entrañas un día lluvioso entregó con dolores a este mundo a un maldito como tú…
Sergio Ríos Sandoval
-¡Quiubo, Zenaido! te ves muy pálido muchacho, toma este pedazo de pan, de algo te ayudará.
-Dios se lo pague, don Fede.
-¿Qué te pasa?, hace rato miré a tu madre a llore y llore por junto el arroyo, se le notaba una pena muy grande. Gente del Gobierno también se miraba por tus rumbos. No me digas que caíste otra vez en los vicios, en los problemas. Zenaido, ya no hagas sufrir tanto a tu pobre madre, mira qué maltratada se ve: tantas noches de desvelo por estar preocupada por ti, por tus cosas. Ya tus hermanos llevan tus mismos pasos, Zenaido. Afigurate nomás, el Jairo, ¿qué tanto hace que estaba huerquillo? y ahora que está un poquito más grandecito, se está portando mal, hace muchas maldades. Por ejemplo, el día de la Santa patrona, Santa Rosa de los Ríos, cuando prendieron los cuetes, volteó las bases y esos cuetes le cayeron en las patas a los Fernández, por poco y le ponen una buena friega. El Jairo en lugar de pedir dispensas nomás se burlaba, y ahí va otra vez tu pobre madrecita a pedir que no le hicieran nada.
Si viviera tu padre sería otra cosa, Zenaido: nunca te hubiera permitido andar de maleante, te hubiera mandando al internado con los soldados a la primera que te supiera algo. Don Virgilio, jamás te hubiera permitido andar robando; lástima que le llegó esa maldita enfermedad de la panza.
Todo el pueblo te tiene miedo, hasta los fuereños le tienen miedo a tu sombra: dicen que en los caminos que dan al pueblo aparece un ladrón que no tiene piedad y les quita su dinero. ¿Te imaginas Zenaido el dolor de tu pobre madrecita al saber que de sus entrañas un día lluvioso entregó con dolores a este mundo a un maldito como tú?
-Don Fede, mida sus p…
-No importa, Zenaido: yo no te tengo miedo ni a ti ni a nadie. Lo que pasa es que te duele oír la verdad, te duele saber que tu madre sufre por tu culpa, qué necesidad tiene ella de estar batallando tanto contigo.
Dígame, a sus órdenes. En el fondo: por dónde está el popotillo puede dejar los cascos, en la caja roja. Tome del sabor que guste del refrigerador. Que Dios se lo pague, que le vaya bien.
¿Quieres terminar como Rogelio?, el que está en esa silla, postrado para siempre. Ni modo que no lo conozcas: hace apenas dos años que pasó y fue muy sonado, ¿te acuerdas? Lo que decían los dicenes, que cuando Rogelio le cerró la puerta en la cara de su madre para irse al bailongo. Ahí se le hizo fácil bailar con mujer ajena y de buenas a primeras le soltaron un tiro en la espalda. Ahora es una carga para su pobre madre. Enderézate, Zenaido: todavía estas a tiempo. Enderézate, hazlo por tu pobre madrecita. ¿Te imaginas qué va a ser de ella el día que todos tus hermanos estén en edad de delinquir?, no quiero ni pensar. La van a matar de un susto o de una preocupación.
-No se preocupe don Fede, este fue el último dolor de cabeza que le doy a mi madre.
-¿Por qué dices eso?, ¿pos qué pasó?
-Ahí después alguien vendrá a traerle razón de lo que pasó, ahora solo quiero pedirle que cuando vea a mi madre le diga que busque y escarbe debajo del molcajete: es importante.
Muchas gracias por sus consejos don Fede.
-Ándale pues, ve con Dios. Ay, estos muchachos, ¡como hacen batallar a su madre!
-¡Don Fede!, ¡Don Fede!
-¿Qué quieres Nico?, ¿que no fuiste a la escuela?, algún día vas a agradecer de lo importante que es ir a la escuela, aprovecha ahora que tenemos maestro, ya ves que llevábamos tiempo pidiendo uno.
-El maestro nos dejó salir, por el alboroto ese, en la casa de Zenaido.
-¿Pos que pasó en la casa de Zenaido?
-Amaneció muerto, le picó una viborota, pero como andaba borracho no sintió el piquete. En la mañana todavía estaba el viborón, en la pura esquinita del petate.
-No me digas eso, Nico: no me tomes el pelo.
-No, don Fede. Nos vemos de rato, voy a seguir avisando a más gente. ¡Ah, cómase un pedazo de pan que se ve muy pálido!