Andar las vías | Machos de angora
“Esos machos creyéndose de angora”
Luna Morena
Nuestra sociedad está compuesta de diversidad de personas, costumbres y tradiciones. Muchas de ellas nos han puesto en la distinción de quienes vacacionan por conocer novedades y más atractivos que atraigan y llamen al gusto personal de chicos y grandes. Solemos generalizar cuando hablamos de la gente de tal ciudad; que si me trataron bien, que si amables, que si compartidos, que si buenas gentes. En fin, tantos atributos notados por los visitantes, mismos que son llevados de regreso a sus terruños, para luego tomarlos en cuenta en la siguiente vuelta.
Cualquier sitio para vacacionar tiene que mostrar la mejor impresión puesto que así llegará al gusto y al corazón del mundo turista donde la conquista está asegurada. Esta observación trajo a mi recuerdo (válgame la comparación) una pareja de amigos. Recuerdo que los días dedicados para impresionar a mi amiga (como dicen en mi pueblo) se emperifollaba de pies a cabeza, además de adoptar un repertorio de especiales palabras, sabiendo que llenarían el alma y el corazón de ella. También estaban los pequeños pero finos detalles, las serenatas, los convivios en familia, ya fuera con la de él, o la de ella; de tal manera que a ella no le surgiera ni la menor duda de que con él, la felicidad estaba garantizada
Entonces ocurrió el matrimonio, con sus parabienes para los novios, los abrazos de felicidades y todo aquello que se les dice a las parejas de recién casados. Entonces vivieron muy felices. Lo cierto es que desde la luna de miel empezó el martirio; ese que se guarda bajo la bondad falsa e hipócrita, ese que de ninguna manera se demuestra en los días de noviazgo, tampoco en los días de fiesta; porque sabe andar bien entre su territorio, y entre todo lo que tiene que ver con verse bien y caer igual.
Fue necesario que ella casi aprendiera a adivinar lo que él necesitara, porque de esta manera no habría gritos, malas caras, ni palabras malas. Él siempre tenía la razón (aunque no fuera así) así que nada se le discutía y siendo el hombre de la casa tampoco se le debía contradecir y cuidadito que anduviera contando sus problemas, porque si los había era para educarla y que aprendiera a hacer bien las cosas y el quehacer de la casa.
Con referencia al efectivo; todos los días le dejaba 20 pesos para que comprara tortillas y si no los gastaba se los pedía de regreso. La esposa no disponía de dinero para darse un gustito. Él decidía cuando era necesario comprarle ropa a su gusto y a qué precio. Aunque ella nunca a nadie le contaba nada de la mala vida que estaba pasando, su estructura, su aspecto, su cara, lo decían todo. Ni sus papás, ni sus hermanos, ni sus familiares cercanos, ni sus amigas, sabían nada de nada; para todos vivía en la pura felicidad, en la felicidad que dicen los cuentos, la magia y la imaginación. Y es que, a pesar de semejante martirio, ella sacaba desde las cenizas del corazón un bienestar dulce, soñado y envidiable. Tan bien era su actuación, que sus amigas la felicitaban por el marido que tenía, que ellas querían uno por lo menos poquito parecido a él.
En la casa nunca había dinero para ella, porque siendo él quien trabajaba, todo era suyo; pero eso sí, fuera de su vivienda se mostraba como el más espléndido de los machos, el mejor ser humano el más generoso, el más bueno, el más bonito; el esposo que todas querían tener; haciéndoselo saber a la esposa con una retahíla de felicidades desprendiendo su envidia entre cada letra. Una envidia que pronto quedaría seca, porque la verdad siempre se sabe.