Andar las vías | El México inexplorado de nuestros niños
“Por momentos el desorden se hacía presente, puesto que los pequeños seguían con la tentación de querer tocar las importantes reliquias…”
Luna Morena*
Hace pocos días, los alumnos de un conocido jardín de niños fueron invitados a recorrer un museo importante de la ciudad donde ahora vivo. Por suerte me encontraba en el mismo lugar donde ellos llegaron bajo el cuidado de sus maestras, que en ningún momento los perdían de vista. Era notable que los pequeños nunca habían visitado un lugar como ese, y su curiosidad los llevaba a querer tocar los objetos exhibidos ahí, lo cual estaba prohibido, de acuerdo con los letreros de “no tocar” colocados de tal manera que los visitantes los pudiéramos mirar.
El guía designado para ellos, los invito a seguirlo, prometiéndoles contestar todas las preguntas que cada uno de los niños quisiera hacerle. Por momentos el desorden se hacía presente, puesto que los pequeños seguían con la tentación de querer tocar las importantes reliquias que tal vez algunos de nosotros pudimos tener en nuestras manos, dándoles el uso de su fabricación.
Los pequeños siguieron al joven, quien pacientemente contestaba las interrogantes que los niños hacían. “Se llaman planchas, en su interior se le ponían brasas hasta que tuvieran el suficiente calor para poder planchar la ropa. No hace mucho dejaron de usarse, y a lo mejor existen hogares donde estas reliquias todavía estén siendo serviciales, y en otros hogares sean consideradas como el más bonito de los adornos que nuestros mayores pudieron adquirir. Ahora tenemos planchas eléctricas, que facilitan más ese trabajo tan pesado y tan cansado, por eso se van abandonando las cosas que la modernidad poco a poco ha ido supliendo”.
También pudieron conocer las planchas que son de puro fierro, por eso algo pesadas; y para poder planchar la ropa, cuando las señoras terminaban de hacer las tortillas, como quedaban muchas brasas al rojo vivo, sobre ellas ponían estas planchas de fierro para que se calentaran, y de esa forma hacían ese trabajo tan difícil y tan agotador.
El molinillo de mano. Se hizo la luz cuando este llegó a cada familia de estas tierras, porque mermó mucho el trabajo de machucar sobre el metate el nixtamal para hacer las tortillas. Aunque todavía se seguía trabajando, porque teníamos que madrugar; El cansancio era menos, porque la familia nos formábamos para ayudar a moler los granos de maíz, porque el molinillo estaba, pero no trabajaba solo. Esto era un quehacer de todos los días; de no hacerlo, tendríamos que comer con cuchara. Siendo comedores de tortillas tomábamos nuestro turno para ayudar con esta tarea. Cuando hacía frío o estábamos acurrucados sobre el petate, ni tantitas ganas nos daban de levantarnos, solo que teníamos la obligación de ayudar a moler el nixtamal; y entre los siete que éramos, hasta nos divertíamos haciendo la faena.
Lo bueno de aquéllas pesadas ocupaciones (continuo él guía), era nuestra ejercitada estructura; ni quien conociera el mentado colesterol, ni los mentados triglicéridos. Ahora hasta los niños tienen, y el doctor los pone a dieta por tener sobrepeso. Sería bueno volver a usar estas joyas hogareñas, al menos por salud. La respuesta de los pequeños fue un sí a todo volumen bien alegre; emanado de su entusiasmo, de su contento, de su inocencia.
Un quinqué de petróleo. Nuestro lujo, con el cual podíamos tener luz por la noche en nuestras viviendas. Estos aparatos llegaron a suplir las importantes veladoras tan útiles para disminuir la oscuridad al interior de cada hogar. Con la llegada del quinqué, mejoró la visibilidad entre la oscuridad; debido a esto mejoramos en las tareas que dejaban los profesores de la escuela, leíamos más, las mujeres pudieron hacer por la noche prendas tejidas, y más variedad de costuras. Había que procurar que siempre en nuestra casa hubiera petróleo para no quedarnos a oscuras. Este aceite mineral de color oscuro o negro, en esa época se vendía en cualquier tiendita, pero era necesario llevar envase para la cantidad que se iba a comprar.
El grupo de niños escuchaban con atención lo que el joven iba narrando con cada una de las piezas que ellos preguntaban. Sin saber una forma de expresar su admiración y respeto a ese pasado tan bello en su tiempo, además de servicial; lo hacían con su silencio, y con su respeto, atendiendo la narración que el trabajador del museo realizaba con cada una de las reliquias que embellecían el interior de aquella construcción.
Fuera del edificio pudieron expresar que el recorrido les había gustado, pidiendo a su maestra traerlos otra vez y muchas veces más, porque les habían faltado otras salas por conocer.
A pesar de haber vivido en ese pretérito sin las tecnologías de ahora, éramos felices, éramos libre, éramos nosotros.
*Escritora, poeta y promotora y difusora de la cultura. Soy tres estuches de monerías y casi un montón de cosas.
**Las opiniones plasmadas en las colaboraciones son responsabilidad de cada autor, así como su estilo de escritura. Ecodiario Zacatecas sólo es una plataforma digital para darlas a conocer a sus lectores.