GONZALO ROBLEDO, UN ARTISTA ESCONDIDO TRAS SU OBRA
TEXTO Y FOTO: TANYA ORTIZ
MOMAX, ZAC.- Su caminar medio encorvado y su inseparable bastón de madera, acompaña a una larga barba blanca y lo que queda de una abundante cabellera, ahora también color de la nieve, como características inequívocas de que al que se ve caminar a lo lejos es a Gonzalo Robledo Cesanto.
Camina con pasos cortos, pero todavía firmes, rumbo al Museo Tesabiosca, para el que ofreció parte de sus colecciones personales, de obra propia, comprada, obsequiada y ganada, a lo largo de décadas de dedicarse a la escultura y pintura.
Las carcajadas francas salieron entre la dentadura falta de piezas cuando se negó a decir su edad y solo dijo “todos. Esa pregunta ni se pregunta”, pero refirió tener “todos los años” y muchos de ellos ha sido modelo de pinturas y esculturas.
Esa imagen de barba y pelo canos, dice, “de algo me ha de ayudar”, al referir que con algo se tiene que mantener cuando la escultura no le da para más: asegura que se renta como Santa Claus en temporada navideña, pero su afabilidad y alegría se combinan con la seriedad que da a un hombre tener “todos” los años, lo que hace que la duda quede en el aire si en verdad en alguna ocasión podríamos encontrarlo en algún centro comercial, vestido de Santa Claus.
En su pueblo, desde su niñez lo conocen como “El Chango” y más de tres, se quedaron admirados –y arrepentidos- de no haberlo apoyado en su intención de abrir un museo en su tierra, Momax, donde pudiera dejar un legado de su vida y de su obra.
En su juventud se fue a la Ciudad de México a prepararse y fortalecer su creatividad en escuelas de arte y plástica. Ahí fue donde lo tomaron de modelo, para esculturas, pinturas y fotografías, en múltiples ocasiones.
Muchas de ellas le llegaron a decir que parecía hermano de Francisco Goitia al recordar una de las imágenes, si no la más representativas del artista, en la que el cabello y la barba le vuelan con el aire, “pero no somos nada”.
Gonzalo Robledo Cesanto parece un Santa Claus mexicano: atuendo de manta, bordado con motivos indígenas, huaraches y un bastón de madera que labró durante siete meses y que tiene figuras que enaltecen las culturas ancestrales de México, lo que lo hace ver como un peculiar personaje cuando va por la calle.
Durante años no volvió a Momax, pero ya cerca de las ocho décadas, decidió dejar parte de su vida en su tierra, como lo hizo cuando se fue en su juventud; volverá a la CDMX, donde tiene otra parte de su vida –una exesposa y una hija, estudios, viejos compañeros de arte, exposiciones- y tal vez allá se quede, pero a su pueblo lo lleva siempre en su corazón.