ALBERGA SANTUARIO DEL SANTO NIÑO DE ATOCHA TRADICIÓN CENTENARIA
Texto y fotos: Esther Consuegra Dávila
FRESNILLO, ZAC.-“Gracias Santo Niño de Atocha por haberme salvado la vida y darme la oportunidad de volver a caminar, ya que se me destrozó toda mi cadera en un accidente que tuve en la Ciudad de Tlaltenango”, este y miles de agradecimientos se pueden leer en los miles de exvotos y retablos con súplicas, mandas pagadas, favores recibidos y muestras de bendiciones por alguna dificultad, la fe y la esperanza renacen todo el año en las paredes del atrio y nave derecha del santuario del Santo Niño de Atocha, en una tradición que da testimonio de la fe de un pueblo desde la construcción del templo en 1818.
Con la colocación del primer exvoto hace más de 204 años, en este diciembre miles de peregrinos acudieron al santuario del Niño de Atocha para colocar imágenes y testimonios de fe y devoción al niño o Chaparrito,como lo llaman, en agradecimiento a que salvó la salud durante la pandemia a causa del Covid-19, o bien libró a familias enteras de accidentes en carretas, así como otros males relacionados con embrujos, males incurables, alejamiento de vicios y sobre todo milagros que se cumplieron invocando y encomendando el favor al santo niño.
Paredes tapizadas con láminas en su imagen más pura, así como madera, simples hojas de papel, veladoras y flores adornan las paredes del santuario más visitado de México en una tradición centenaria que se nutre de la fe y la esperanza de miles de visitantes durante todo al año que acuden a pagar la “manda” por los favores recibidos y que se cuentan como miles representados por lso fieles católicos en El Mineral y que forman parte de una expresión popular mexicana que se enmarca en el género de la pintura votiva y que entraña la mirada de siglos de fe y expresión personal del catolicismo, en una forma directa y espontanea de la gente de a pie.
Recientemente el guardián del templo, monseñor Antonio Soto, refirió que están bajo custodia más de 30 mil exvotos que no han sido colocados por falta de espacio en el templo y sus alas adyacentes.
